Las palabras de Qiu Mucheng tomaron por sorpresa a Meng Wanyu.
—Había pensado que eras una de esas mujeres tontas que están cegadas por el amor, pero ahora parece que me he equivocado. Tienes razón en que mi propósito al venir a China no es matar. De hecho, te he secuestrado sólo para atraer a ese desalmado. Puedes estar segura de que yo, Meng Wanyu, nunca le quitaré la vida a un inocente. Todo este asunto no tiene nada que ver contigo en primer lugar. Cuando termine el plazo de tres días, no te mataré aunque él no aparezca —dijo Meng Wanyu, con un tono tan frío como el agua que golpeaba su barco.
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