Los rugidos de Chu Yuan no dejaron de resonar por todo el castillo y casi destruyeron el gran salón. Todos los discípulos de la secta se arrodillaron aterrorizados y ninguno de ellos se atrevió siquiera a decir una palabra.
Al final, Tang Xian, que estaba preocupado por Tang Yun, suplicó a Chu Yuan:
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