Nadie se dio cuenta de que el anciano que yacía en el charco de sangre movía sus extremidades mientras se marchaban. Aún no había muerto.
Al fin y al cabo, era fácil derrotar a un gran maestro, pero otra cosa muy distinta era matar a uno. Por lo tanto, no era de extrañar que, incluso después de sufrir heridas mortales, fuera capaz de sobrevivir.
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