Efectivamente, Tang Yun ya había perdido la esperanza hacía tiempo. De hecho, podría decirse que no había nada en el mundo por lo que mereciera la pena quedarse.
Después de todas las luchas por las que había pasado a lo largo de su vida, sólo había dos cosas de las que se sentía orgullosa: su papel en la secta y su habilidad con la espada.
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