En la residencia Chu, una anciana cultivaba su huerto. Estaba ocupada desmalezando, abonando, arando y regando. Hacía mucho tiempo que nadie venía a visitarla. Era como alguien que se hubiera perdido en la arena del tiempo.
Llevaba mucho tiempo viviendo la misma vida con la misma rutina, y así seguiría viviendo el resto de su vida. El único ser vivo que permanecía a su lado era el gran e ingenuo perro negro.
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