Un charco de sangre crecía a su alrededor. Los múltiples y repetidos golpes que había sufrido habían empeorado el terrible estado en el que ya se encontraba. Por suerte, era un gran maestro supremo. Cualquier otro artista marcial ordinario ya habría muerto.
Pero Brahma no. Todavía podía hablar. Podía estar tirado en el suelo, pero eso no le impedía intentar explicar que no había matado a Ye Fan.
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