—Canalla, mataste a numerosos prodigios de las artes marciales chinas hace cincuenta años, pero eso no te bastó, ¿verdad? Decidiste unirte a otros sinvergüenzas para matar a un gran maestro chino. Pues me voy a asegurar de que el mundo se libre de ti, Brahma. —El furioso rugido del Dios de la Guerra resonó en la mansión.
Su rabia podía calcinar la mismísima tierra. El Dios de la Guerra había estado soportando a Brahma durante mucho tiempo.
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