El salón de baile volvió a quedar en silencio luego de que Lu Ming-Feng se marchara.
Los cadáveres de Wei Wu-Ya y de su hijo seguían tirados donde estaban, y todavía había sangre fresca que se deslizaba poco a poco por la pared. El sonido de la sangre goteando en el suelo era espeluznante y aterrador.
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