—Parece que has elegido tu propia muerte, Chu Tianfan. Ya que eso es lo que querías, te concederé tu deseo. Es hora de que pongamos fin a todos nuestros agravios.
La fría voz de Tang Yun sonó fuerte y clara cuando le dio el ultimátum, pero en el fondo le dolía tener que tomar una decisión tan difícil. En su mente se agolparon retazos de recuerdos. El tiempo que pasaron en la residencia de los Chu y en la selva tropical, así como su eventual desencuentro en Jiangdong, le parecieron hechos recientes. Ye Fan fue quien la hizo feliz y dichosa cuando era más joven. Si no fuera por él, habría pasado toda su vida custodiando la Secta Chu sin saber lo que era la verdadera felicidad.
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