La nieve de la tarde de diciembre en las afueras de Zovenia caía en copos grandes como plumas. Sin embargo, la mujer del lujoso auto tenía la piel más blanca que la nieve. Su delicado rostro ovalado desprendía distanciamiento, y sus ojos fríos y penetrantes recordaban a una belleza helada. Su piel era tan pálida y sus rasgos tan perfectos que ni siquiera parecía real.
Máximo se sorprendió, pero rápido esbozó una sonrisa aduladora mientras se acercaba a ella. A cualquier espectador le parecería la clásica historia de un tonto enamorado que adora a una diosa. La expresión de Clara era más fría que la nieve que caía afuera.
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