Alessandra saludó cordial a cada aldeano y presento a Emmanuel y Roselyn. Habían pasado muchos años desde que se mudaron del pueblo con su padre, y le preocupaba que sus hijos no los recordaran.
De hecho, Roselyn no recordaba a los aldeanos y su falta de entusiasmo era evidente. Sin embargo, la memoria de Emmanuel era muy aguda. Sin que Alessandra le dijera nada, saludó a los ancianos por su nombre.
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