Giancarlo sabía cuándo retroceder. Después de que Santiago le diera una patada lo bastante fuerte como para dejarle un hormigueo en el brazo, se dio cuenta de que era mejor no tentar a la suerte. Ser testigo de la fuerza interna que ejercía Santiago le hizo replantearse cualquier plan de lucha.
Virgilio estuvo de acuerdo en que era la decisión correcta. Aunque se aliaran, podrían perder. Incluso si de alguna manera lograban una victoria, les llevaría un agotador número de movimientos. Lo último que querían era que las cosas se salieran de control. Isabela y los demás podían aparecer en cualquier momento, y su cautiva, Roselyn, era su eslabón más débil. Cuando Giancarlo estaba a punto de alejarse con un comentario despreocupado, Solano intervino:
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