Los aplausos del público se fueron apagando mientras la cortesana se sentaba en una silla y levantaba un paño, revelando un antiguo laúd. Aunque llevaba un velo, se notaba su sonrisa. Sus hermosos ojos estaban curvados, y sus pestañas eran cautivadoras. Parecía como si pudiera encantar las almas de los hombres.
Emmanuel entendió al fin por qué podía cautivar a todos tan rápido y ser aclamada como una cortesana que superaba a Elena. Su encanto no dependía de su apariencia, sino que venía de su interior.
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