Claudia sabía que había ganado el primer paso. Haciendo caso omiso de Emmanuel, insistió en levantarse. Avanzó dando tumbos, caminando sola paso a paso hacia un lugar más alto. Su figura era delgada, y su sombra, proyectada por la pálida luz de la luna, era como la vacilante llama de una vela. A Emmanuel le dolía el corazón.
—No esperabas esto, ¿verdad? Solo estoy yo. No hay Macarena ni Emmanuel. Ya se han ido.
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