—Me duele —dijo Zacarías en tono quejumbroso.
—¿Dónde te duele? Quédate quieto y deja que te mire la herida —respondió Sarahí, con voz preocupada. El hombre se irguió mientras ella se acercaba para quitarle el traje y el chaleco. Luego le desabrochó lentamente la camisa.
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