Capítulo 114 Oficio: pirata
Dos días después, cuando el sol comenzaba a declinar, avistaban Trinidad, en la costa occidental de Cuba. Castillano estaba sobre cubierta, en su rincón a proa, donde pasaba la mayor parte del día. En lo posible de espaldas al resto del barco, para no tener ante su nariz rota la forma en que Marina lo ignoraba. La muchacha recuperaba su vida habitual a bordo con placer, apreciando cada pequeño detalle como nunca antes. Dormía poco y pasaba casi todo el tiempo al aire libre. Como él, pero con alegría.
En algún momento el español cayó en la cuenta de que por primera vez la veía en su elemento, en sus circunstancias cotidianas, que hasta entonces ignorara tanto como ella lo ignoraba a él ahora. Por momentos se preguntaba de quién se había enamorado. ¿De la virgen en peligro a bordo de la Santísima Trinidad? ¿De la niña delicada y modesta que recibiera en su casa? Porque estaba seguro de que no estaba enamorado del demonio estratega que asolaba el Mar Caribe, ni del espadachín formidable que siempre lo desarmaba en tres lances. Reconocía y respetaba esos aspectos en los que sabía que nunca la superaría, pero le revolvían las tripas golpeadas. ¿Acaso se había enamorado de un espejismo, o de un capricho de su imaginación? ¿Por qué era incapaz de reconciliar al pirata con la niña? Todos a su alrededor parecían hacerlo sin inconvenientes, incluso su mejor amigo y su antigua nodriza.
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