Capítulo 9 Vestigios del pasado

Morris guió su caballo ladera abajo tan lejos como pudo. Marina lo seguía de cerca. Desmontaron y ataron los caballos a un árbol enjuto, que creciera torcido en el viento que soplaba constante desde el océano. Desde allí, continuaron a pie por el sendero serpenteaba entre las rocas, hacia una cala diminuta que se abría en medio de la escollera oriental. Morris ayudó a Marina a saltar a la estrecha franja de arena que bajaba hasta el agua. La muchacha se adelantó hacia la orilla, admirando aquel recóndito paraje de la isla. Las rocas cercaban la cala por ambos lados, como brazos que se desprendían de la colina, con altura suficiente para ocultar lo que había al otro lado. Se adentraban varios centenares de metros en el mar, cuyo azul oscuro delataba su profundidad, aun tan cerca de la costa. Entonces descubrió el enorme bulto oscuro que parecía recostado contra la escollera a su derecha. Sus ojos se abrieron de asombro al darse cuenta que se trataba del casco de un barco encallado. Morris se detuvo a su lado y lo señaló. —Es increíble que aún siga allí después de diez años. —¿Sabes qué le ocurrió? ¿Quién intentaría tocar tierra aquí? —Nadie, perla. Nosotros mismos lo trajimos y lo encallamos allí a propósito, para evitar que se hundiera tan pronto. Ella lo enfrentó interrogante. La sonrisa de Morris se hizo melancólica, sus ojos claros recorriendo las líneas esbeltas del barco. —Es el Espectro, Marina —dijo—. El barco de tu padre. Los ojos de la muchacha regresaron a los restos del casco, al tiempo que una súbita ansiedad parecía colmar su pecho, agitándola. —¿El Espectro? —resolló—. ¿Qué hace aquí? —Sepultamos a tu padre en el mar, de modo que el Espectro era el único recuerdo de él que le quedaba a tu madre. A lo que sé, tus padres solían venir a esta playa antes de casarse. Por eso tu madre nos pidió que trajéramos al Espectro aquí. Lo encallamos de tal forma que las rocas lo mantuvieran a flote y desmontamos la arboladura. —Morris suspiró—. Tu madre decía que tu padre había pasado tanto tiempo a bordo, que conservarlo era mejor que visitar una tumba, porque su espíritu habitaba en cada madero de su barco. La brisa hizo que Marina advirtiera el trazo húmedo de las lágrimas que resbalaban por sus mejillas sin que ella se hubiera percatado. —¿Hay alguna manera de abordarlo? —Con la bajamar se puede ir andando por la escollera. Marina bajó la vista y comprobó que las olas recedían poco a poco. Morris le indicó que retrocedieran y se sentó en la arena. Miró hacia atrás, al sol que resbalaba hacia el oeste. —Todavía falta al menos una hora —sonrió, invitándola a sentarse a su lado. Permanecieron largo rato en silencio, perdidos en sus propios pensamientos. —¿Crees que alguna vez podré navegar? —inquirió Marina de pronto, su mirada cautiva del barco abandonado. Morris la miró de soslayo, sonriendo. —¿Quieres decir como tripulante en vez de pasajera? No, perla, no lo creo. Nadie aceptaría a una mujer abordo. Es de mal agüero. —Imagino que eso no incluye a las muchachas del puerto —terció ella burlona. —Ellas no están permitidas a bordo —señaló él muy serio. —Yo abordo del Soberano cada vez que entráis a puerto. —Tú no navegas con nosotros. Y eres la sobrina del dueño del barco. Marina suspiró pensativa, moviendo los dedos sobre la arena tibia. —¿Y si yo fuera la dueña del barco? —preguntó de pronto. Morris rió suavemente. —¿Qué dices, Marina? Veamos. Digamos por un momento que tu tío perdiera la razón, y te permitiera comprar y armar un barco. Y que tu madre estuviera de acuerdo. ¿Quién se enrolaría contigo, fuera de viejos borrachos, lisiados y holgazanes inútiles que no son aceptados en ninguna otra tripulación? —Volvió a reír, divertido—. Vamos, perla. Los verdaderos marinos no están dispuestos a darle órdenes a una mujer, ¿y tú crees que aceptarían recibirlas de una? Marina frunció el ceño un momento. —¿Y si me disfrazara de hombre? Podría hacerme pasar por un jovencito de fortuna que acaba de llegar del Viejo Mundo. Esta vez Morris rió con ganas. —¿Y quién no te reconocería? Y aun si fueran tan ciegos para no descubrir el engaño, nadie se pondría a las órdenes de un desconocido inexperto. Todos nuestros capitanes de renombre han navegado desde que eran chavales, Marina. Se hicieron hombres fregando cubiertas y atendiendo el velamen, avanzaron de a una promoción por vez. Quienes se enrolan a sus órdenes saben si son recatados o audaces, si van tras la presa segura o buscan la batalla porque les gusta el peligro, si conocen sus estrellas y sus vientos para enfrentar una borrasca y volver con los calzones secos. —Ya veo —murmuró la muchacha, desanimada. Morris señaló el barco para distraerla. —Si no te importa mojarte los pies, ya podemos llegar. La guió por el filo de la escollera, saltando de piedra en piedra. Cuando llegaron frente al casco, se quitaron las botas y se hundieron en el agua. Apenas les cubría los tobillos, aunque les cubría las caderas al alcanzar la obra muerta, descascarada y carcomida. Los escalones empotrados en el casco estaban medio podridos, y Morris trepó primero para cerciorarse de que soportarían el peso. Marina fue tras él con agilidad y se le unió junto a la borda. Poco quedaba de la cubierta, y desde donde estaban podían ver el agua que llenaba la bodega, meciéndose al mismo ritmo que el oleaje de la cala. Entonces alzaron la vista juntos hacia las ruinas de lo que fuera el puente de mando. Y retrocedieron al mismo tiempo. Tras ellos, el sol tocaba las colinas, y una extraña fluctuación de la luz oblicua pareció proyectar una sombra a popa. Fue sólo un instante, pero los dos hubieran jurado que habían visto la silueta de un hombre de ropajes oscuros de pie junto a la rueda rota del timón. —¡Diantre! —gruñó Morris, dominando su miedo instintivo. Marina permaneció inmóvil, sobrecogida. Sus ojos volvieron a llenarse de lágrimas. Esa ansiedad desconocida parecía ahogarla otra vez. Era un anhelo lleno de nostalgia, como si echara en falta desesperadamente algo que amaba y necesitaba. Pero no habría podido decir qué aunque su vida dependiera de eso. Morris la observó enfrentar la salida de la cala, los ojos brillantes fijos en el puente de mando. Entonces lo que capturó su atención fue la mano de la muchacha sobre la regala. Se deslizó un poco hacia adelante y de nuevo hacia atrás, como acariciando la madera. Y un escalofrío corrió por la espalda del joven al ver a Marina palmear la borda suavemente, con gesto distraído. Dos veces. Una oleada de recuerdos lo asaltó, de cuando era apenas mayor que Marina, un marinero más entre los cien a bordo de ese mismo barco. Y en lo que su corazón tardó en latir tres veces, su memoria desenterró todas y cada una de las ocasiones en que viera ese mismísimo gesto. Hecho por Manuel Velázquez, el Fantasma. Un vago temor supersticioso lo inundó. Era imposible que Marina recordara ese gesto de su padre. Morris sabía que nunca lo había visto hacerlo en tierra. Sólo a bordo del Espectro, cuando se tomaba un momento para decidir algo que podía afectar a su barco. Como si lo acariciara para consultarlo, y lo palmeara luego de escuchar su opinión. Lanzó una mirada de soslayo al puente, donde vieran esa extraña sombra. ¿Era posible que el espíritu de Manuel Velázquez no descansara en paz en las profundidades del Mar Caribe, como todos creían? ¿Era posible que su alma en pena habitara los despojos del que fuera su barco? ¿Era posible que al llevar allí a Marina, la hubiera expuesto a que el fantasma de su padre se prendiera de su espíritu inquieto y dinámico? Sin embargo, ésta no era la primera muestra de una conexión inexplicable entre padre e hija. Porque se decía que Marina, apenas una niña en Tortuga, había sentido morir a su padre al otro lado del Mar Caribe, en la Nueva España. El sol desapareció tras la colina y ellos quedaron sumidos en la sombra. Morris volvió a estremecerse. —Regresemos, perla —dijo, procurando que su voz sonara firme. Marina pareció despertar al escucharlo. Paseó su vista por el barco desierto una última vez y asintió. Encontró los ojos de Morris esbozando una sonrisa breve. —Gracias por traerme —dijo, presionándole el hombro con gesto afectuoso.
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Índice
Capítulo 1 La revuelta Capítulo 2 El fantasma Capítulo 3 El fin Capítulo 4 La niña Capítulo 5 El secreto Capítulo 6 Opiniones encontradas Capítulo 7 Decisión final Capítulo 8 Una lección de esgrima Capítulo 9 Vestigios del pasado Capítulo 10 En otra noche de tormenta Capítulo 11 Una idea controvertida Capítulo 12 Cambios Capítulo 13 Un sueño hecho realidad Capítulo 14 El llamado del mar Capítulo 15 Sal en la sangre Capítulo 16 Despojos a la deriva Capítulo 17 Una amenaza en el horizonte appCapítulo 18 Un plan arriesgado appCapítulo 19 Primera sangre appCapítulo 20 Wan claup appCapítulo 21 El corazón del mar appCapítulo 22 Revelación appCapítulo 23 En medio de la noche appCapítulo 24 Pasado y futuro appCapítulo 25 Nuevo rumbo appCapítulo 26 Los primeros pasos appCapítulo 27 Prueba de fuego appCapítulo 28 Historias de la mar appCapítulo 29 El doña margarita appCapítulo 30 Nuevas de la mar appCapítulo 31 Cambios appCapítulo 32 El lugar de una mujer appCapítulo 33 Una corazonada appCapítulo 34 Al acecho appCapítulo 35 Frente a frente appCapítulo 36 Tempestad appCapítulo 37 Regreso a casa appCapítulo 38 Consecuencias appCapítulo 39 Una promesa de muerte appCapítulo 40 Velas al sud appCapítulo 41 Fragatas en el horizonte appCapítulo 42 El espectro appCapítulo 43 El golfo de honduras appCapítulo 44 Emboscada appCapítulo 45 El abordaje appCapítulo 46 Prisionero appCapítulo 47 A merced del enemigo appCapítulo 48 Una noche eterna appCapítulo 49 El león y la perla appCapítulo 50 El león en libertad appCapítulo 51 Sombras en el mar appCapítulo 52 Un plan desesperado appCapítulo 53 Los hombres del rey appCapítulo 54 El honor del león appCapítulo 55 Un rival para respetar appCapítulo 56 Conocer al enemigo appCapítulo 57 Apariencias engañosas appCapítulo 58 Un último encuentro appCapítulo 59 Maracaibo appCapítulo 60 Una procesión accidentada appCapítulo 61 Atrapados appCapítulo 62 Favor por favor appCapítulo 63 Bienvenida al infierno appCapítulo 64 Ayuda inesperada appCapítulo 65 Un rescate arriesgado appCapítulo 66 Un refugio en la noche appCapítulo 67 La casa de placer appCapítulo 68 Traición appCapítulo 69 La toma de maracaibo appCapítulo 70 Un asesino en las sombras appCapítulo 71 El almirante appCapítulo 72 Miradas appCapítulo 73 Pláticas appCapítulo 74 Un barco para la perla appCapítulo 75 El delator appCapítulo 76 Regreso a tortuga appCapítulo 77 Para salvar al león appCapítulo 78 Los ojos del renegado appCapítulo 79 Planes arriesgados appCapítulo 80 Santo domingo appCapítulo 81 Las torres de san juan appCapítulo 82 El jurado appCapítulo 83 Demora appCapítulo 84 La niña y el león appCapítulo 85 Miedo y orgullo appCapítulo 86 El golfo de campeche appCapítulo 87 Las monjas de campeche appCapítulo 88 Bajo el mismo techo appCapítulo 89 Lejos del mar appCapítulo 90 Bajo el tamarindo appCapítulo 91 Un libro al azar appCapítulo 92 Ecos del pasado appCapítulo 93 Una lucha ajena appCapítulo 94 Después de la tormenta appCapítulo 95 Visitante secreto appCapítulo 96 La verdad sale a la luz appCapítulo 97 Confesión appCapítulo 98 Las noches de campeche appCapítulo 99 Un mensaje appCapítulo 100 Juglares appCapítulo 101 Pases de mano appCapítulo 102 Temores infundados appCapítulo 103 Nuevos peligros appCapítulo 104 En las sombras appCapítulo 105 La última oportunidad appCapítulo 106 Atrapados appCapítulo 107 El chacal appCapítulo 108 Por la perla appCapítulo 109 Libres appCapítulo 110 El cebo appCapítulo 111 La furia de la mar appCapítulo 112 Camino a casa appCapítulo 113 El largo adiós appCapítulo 114 Oficio: pirata appCapítulo 115 Demasiado tarde appCapítulo 116 Caminos separados appCapítulo 117 Regreso a casa appCapítulo 118 Cambio de marea appCapítulo 119 El compromiso appCapítulo 120 Otro compromiso appCapítulo 121 Aires jamaiquinos appCapítulo 122 Una pelea de taberna appCapítulo 123 El joven lord appCapítulo 124 Un pasajero distinguido appCapítulo 125 Juegos de piratas appCapítulo 126 El nuevo león appCapítulo 127 Un beso equivocado appCapítulo 128 Pláticas de medianoche appCapítulo 129 Velas en el horizonte appCapítulo 130 En la estela de la luna appCapítulo 131 Sin una palabra appCapítulo 132 Vivir por ella appCapítulo 133 Mirada al futuro appCapítulo 134 Amores de la mar appCapítulo 135 La perla y el león appCapítulo 136 El león y los perros del mar appCapítulo 137 Promesas de la mar appCapítulo 138 Encuentro fallido appCapítulo 139 El santo vengador appCapítulo 140 Tras los captores appCapítulo 141 El suplicio appCapítulo 142 Una amarga separación appCapítulo 143 Penas de la mar appCapítulo 144 Un rayo de esperanza appCapítulo 145 Sin rumbo appCapítulo 146 Noticias alarmantes appCapítulo 147 En busca de la perla appCapítulo 148 Encuentro en alta mar appCapítulo 149 El lugar del león appCapítulo 150 El corazón de la perla appCapítulo 151 En los brazos de la mar app
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