Capítulo 47 A merced del enemigo
Marina regresó a la cabina con una escudilla mediana llena de agua caliente. Castillano giró al escucharla, sobresaltado otra vez. Ella dejó la escudilla sobre un plato de madera en medio de la mesa pensando que el español más que un león parecía un gato nervioso, saltando a cada ruido que escuchaba. Ni se le pasó por la cabeza que estuviera asustado. Era evidente que no sentía ningún temor a pesar de su situación. Lo que comenzaba a irritarla era que pareciera azorado todo el tiempo. ¿Qué había esperado? ¿Qué lo cargara de cadenas y lo encerrara en la bodega? ¿Que lo golpearan y torturaran? Meneó la cabeza, agachándose para abrir el aparador junto a la biblioteca. Eso era lo que ellos hacían, los españoles. Siempre dejando un reguero de sangre dondequiera que iban.
Castillano frunció el ceño al ver que sacaba una taza y un pote con hebras de té, cuchara, azucarera, y dejaba todo junto a la escudilla, con dos paños blancos doblados.
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