Capítulo 75 El delator
Un silencio ominoso llenaba la ciudad tomada hasta pasado el mediodía, mientras los filibusteros dormían a pierna suelta tras otra noche de juerga, abusos y desenfreno. Los pobladores que no habían huido a la jungla, y que eran demasiado humildes para ser considerados dignos de ser capturados e interrogados por botín, permanecían encerrados en sus hogares, sin atreverse tan siquiera a asomarse a la calle, aterrados de cruzarse con una partida de saqueadores que los castigara a garrotazos por su pobreza.
En aquella calma tensa, opresiva, el capitán holandés y su segundo recorrieron las calles de Maracaibo desde Puerto Piojo hasta la residencia del gobernador. Varios piratas montaban guardia fuera del palacete, bien despiertos y sobrios, y uno de ellos guió a los holandeses por los suntuosos corredores hasta uno de los salones.
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