Capítulo 39 Una promesa de muerte
Estaba en una cama, no en su hamaca. De modo que estaba en tierra. Tal vez por eso se sentía mareado: el suelo permanecía quieto. El sol se colaba entre las hojas de los árboles que crecían al otro lado de la ventana, dibujando una trama cambiante de luces y sombras sobre las paredes encaladas del pequeño dormitorio.
Los ojos de Castillano se movieron en derredor para confirmar que no reconocía el lugar. Había otra cama modesta bajo la ventana, y una sencilla mesa de noche entre esa cama y la suya. Un crucifijo de madera en la pared opuesta era el único adorno. El escaso mobiliario incluía una pequeña mesa con dos sillas, un perchero, un arcón.
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