Capítulo 48 Una noche eterna
Castillano salió a cubierta y se acercó a la amura de babor. Había dejado de llover y el viento del este era fresco para esa época del año. Apoyó el brazo sano sobre la borda y permaneció allí largo rato, los ojos perdidos en el mar en sombras, luchando por serenarse. Por Dios y María Santísima que deseaba encontrarse muy lejos de allí. A buen resguardo de la Perla del Caribe. Pero allí estaba, su prisionero. Su vida dependiendo de ella. Se cubrió los ojos con la mano, como para ignorar el hondo suspiro que escapó entre sus labios. Tan hondo que hizo que su herida se quejara como en los primeros días.
—Tú no mataste a Wan Claup.
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