Capítulo 101 Pases de mano
Castillano se encerró en la biblioteca, de modo que no tuvo ocasión de ver el brillo en los ojos de Marina ni su sonrisa al regresar del mercado. La oyó tocar el piano, una melodía sencilla y alegre que lo sorprendió un poco, aunque pronto encontró la forma de usarla para alimentar su mal humor. Pidió que le sirvieran el almuerzo allí y comió solo. Aburrido de intentar leer en vano, sin que su mente pudiera mantener la atención más de dos líneas seguidas, arrojó el libro al otro extremo del sillón y se puso de pie. Midió la habitación a paso lento una docena de veces, las manos en los bolsillos.
Cuanto más lo pensaba, menos sentido le hallaba al chisme que trajera Dolores la noche anterior. La única forma en que la iglesia de Veracruz estuviera presionando al tribunal era que el obispo de Maracaibo o el Tribunal de Cartagena hubieran contactado a sus pares en Nueva España. Y eso era imposible. ¿Cómo habían intercambiado mensajes con tanta rapidez, si el comisionado aún no regresaba de Maracaibo?
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