Capítulo 8 Una lección de esgrima
Laventry atravesó el jardín sin prisa y entró a la casa por la puerta trasera de la cocina. Tan pronto cruzó el umbral, sus ojos fueron atraídos inevitablemente por las curvas de Colette, que se afanaba de un lado a otro preparando el almuerzo. La mirada del corsario subió hacia el pronunciado escote y cometió el error de no demorarse allí, yendo a encontrarse con la expresión entre severa y divertida de Cecilia, que aliñaba una ensalada al otro lado de la mesa. Laventry alzó la jarra vacía que traía a modo de excusa.
—Tomasa, necesitamos más vino, por favor —dijo Cecilia, aun observándolo.
Colette halló una excusa para pasar entre la mesa y Laventry, que no retrocedió, obligándola a rozarlo con sus caderas. La forma en que Cecilia meneó la cabeza lo hizo sonreír.
—¿Por qué no la desposas y ya? —preguntó ella en voz baja—. ¿Acaso no te gustaría volver del mar a sus caderas?
—¿Casarme? ¿Yo? ¿Te has golpeado la cabeza?
—A tu casa no le haría mal una mujer que la cuide. Y a ti tampoco.
—Pierdes el tiempo. ¿Cuándo comeremos? Estoy famélico.
—Eso deberás preguntárselo a tu amigo.
—¿Por qué? ¿Dónde se ha metido ahora?
—En el salón, con Marina.
—Ya los traigo. Tú sírvele algo a esas bestias hambrientas.
—Buena suerte con sacarlos de allí antes de los postres.
Laventry recorrió el corredor principal de la casa en dirección a lo que en vida de Manuel había sido el salón de baile. Y conforme se acercaba, oyó los ruidos quedos que llegaban desde la habitación. Pasos rápidos, palabras sueltas. Y algo más. Laventry frunció el ceño. No tenía sentido, pero él conocía ese sonido demasiado bien para confundirlo: el entrechocar de espadas. Llamó a la puerta y aguardó, sin obtener respuesta. Sólo al tercer intento escuchó que Wan Claup gruñía desde adentro:
—Adelante.
Entró y se detuvo sorprendido. El mobiliario había sido corrido contra las paredes, dejando la mayor parte del salón vacío. Y allí, en medio de la habitación, Wan Claup y Marina se batían con livianos aceros de práctica, rematados en botones para evitar heridas accidentales.
La niña… La muchacha, se obligó a corregirse, porque a los trece años Marina ya no tenía nada de niña, vestía pantalones y casaca pardos y botas de media caña, el cabello negro trenzado a su espalda. Empuñaba su espada con naturalidad y se movía con atención reconcentrada, intentando hallar una brecha para tocar a su tío. Wan Claup se limitaba a defenderse, pero Marina no lograba hacerlo retroceder siquiera un paso. De pronto la muchacha destrabó sus hojas, fintó a la izquierda y descargó su acero.
—¡Toma!
—¡Toma tú! —respondió Wan Claup.
Contuvo el lance, y con un rápido movimiento de muñeca, hizo que la punta de su hoja dibujara un círculo ascendente que buscaba el pecho de su sobrina.
Para sorpresa de ambos hombres, Marina echó el torso hacia atrás, esquivando la estocada. Al mismo tiempo, retrasó un pie medio paso, separando un poco más sus piernas para equilibrar su peso, y alzó el brazo. El botón de su espada tocó el cuello de Wan Claup bajo la oreja.
—Touché vous! —exclamó alborozada, irguiéndose.
Wan Claup retrocedió sonriendo. —Tal parece que monsieur Etienne no se ha guardado ningún truco.
Laventry aplaudió a la muchacha, guiñándole un ojo a su amigo.
—¡Un lance más, tío!
Wan Claup adoptó una expresión grave al menear la cabeza. —Si Laventry ha venido por nosotros, significa que Maxó está a punto de dejarnos sin vino para el almuerzo.
—Oh, no te preocupes. Confío en que tienes la bodega bien abastecida —dijo el corsario. Le indicó a Wan Claup que le diera la espada de práctica y enfrentó a Marina con sonrisa desafiante—. ¿Te atreves, perla?
Los ojos de la muchacha destellaron al ponerse en guardia. Wan Claup retrocedió para darles espacio, pero intervino antes de que pudieran hacer ningún movimiento.
—Esa parada de quinta no es aconsejable, Marina. ¿Qué es lo que debes evaluar al elegir tu guardia?
Laventry frunció el ceño, como preguntándole de qué diablos hablaba. Marina no apartó la vista del corsario para responder.
—El lugar, la hoja, y la habilidad y la fuerza de mi oponente.
—Conoces dos de cuatro. Mas, ¿cuán importante es lo que ignoras?
Ella asintió con una mueca. —Me conviene una parada defensiva.
—Oh, con un demonio, callaos los dos —gruñó Laventry, y atacó antes que la muchacha corrigiera su posición.
—¡Laventry! —lo reprendió Wan Claup.
—Cuando canta el acero, es que el tiempo de pláticas ha volado —replicó el corsario, acosando a Marina con un lance tras otro.
Ella se vio obligada a retroceder, cubriéndose lo mejor que podía.
—Esto no es un juego de salón, perla —añadió Laventry sin darle respiro—. Lo que tienes en tu mano fue creado para matar. Y no el tiempo.
Marina intentó pasar a la ofensiva. Wan Claup se prohibió volver a intervenir, observándolos moverse por todo el salón. Hasta que Marina logró trabar la hoja de Laventry y hacerla saltar de entre sus dedos.
—¡Bravo! ¡Ése es el espíritu! —la felicitó el corsario satisfecho, y miró a su alrededor—. Ahora quiero verte con una hoja de verdad. ¿Dónde están?
—¡De ninguna manera! —exclamó Wan Claup—. ¿Te has vuelto loco?
—Nuestra perla es buena, pero demasiado temeraria. Y nada enseña prudencia como unas gotas de sangre y un poco de dolor.
Mientras Laventry hablaba, Marina salió del salón a todo correr. Cuando Wan Claup se dio cuenta, la muchacha ya había regresado y le alcanzaba a Laventry su propia espada. Ella empuñaba la de su tío.
—Sabes que mi hermana te arrancará el corazón si lastimas a la perla —advirtió Wan Claup, limitándose a dar voz a una verdad establecida—. Y yo me lo comeré a la Olonés: aún latiendo.
La sonora risa de Laventry llenó el salón. —Vamos, hermano. Sólo un pequeño corte. —Señaló el estómago de Marina con su espada—. ¿Qué dices, perla? Allí, junto al ombligo. Donde nadie debería verlo hasta tu noche de bodas.
Ella asintió sopesando la espada, y notando la diferencia de peso y balance comparada con su hoja de práctica.
—¿Dónde está tu puñal, niña? —preguntó Laventry.
—No uso. Soy ambidiestra.
—Cambiar la hoja de mano no te cubrirá el corazón. Y el puñal de misericordia no sólo duplica tu fuerza para contener una estocada, también sirve para herir a tu enemigo mientras trabas su hoja con tu espada.
—Laventry…
El corsario volvió a reír al escuchar la advertencia de Wan Claup. —Así se pierde la mitad de la diversión.
—¡Laventry!
—Ya, ya. —Se volvió hacia Marina—. Ahora tú y yo, perla.
Wan Claup retrocedió aún más y cruzó las manos tras la espalda. Sus puños se apretaron cuando los otros dos comenzaron a batirse, y sus nudillos se blanquearon en el esfuerzo por mantenerse al margen.
Los movimientos de Marina delataban que nunca antes había utilizado una espada real, con filo y punta. Aunque bien pronto se adaptó a la hoja más pesada y ancha, y ajustó su técnica a ella. Pero no era rival para Laventry, mucho más fuerte y avezado. La muchacha retrocedió con una interjección ahogada cuando la punta de la espada del corsario rasgó su casaca y dejó un breve trazo rojizo en su piel. Junto a su ombligo, exactamente donde Laventry anticipara.
—¡Suficiente! —se apresuró a decir Wan Claup, adelantándose para interponerse entre ellos—. Marina, ve a limpiar ese corte y cámbiate la camisa, o tu madre nos matará a los tres.
Laventry la detuvo antes de que dejara el salón y le presionó un hombro.
—Eres buena, perla. Sigue practicando —le dijo con sonrisa orgullosa.
El corte ardía y sangraba un poco, pero el rostro de Marina se iluminó con una gran sonrisa. Le echó un brazo al cuello y estampó un beso en la mejilla mal rasurada del corsario. Luego se fue corriendo.
Laventry se volvió hacia Wan Claup.
—Jamás creí que accederías a permitir que la pequeña perla aprendiera esgrima —terció sonriendo de costado.
Wan Claup alzó las cejas. —¿Te he presentado a mi hermana?
La áspera carcajada de Laventry levantó ecos en el salón.