Capítulo 15 Sal en la sangre
Nadie se sorprendió cuando D’Oregon retiró la fragata liviana del patrullaje sólo tres semanas después, alegando que era su único medio para mantenerse en contacto con Europa y las colonias francesas de las Islas de Barlovento. Por fortuna, Richard Hinault se ofreció para cubrir la vacante y tomar el área que quedara sin vigilancia. Wan Claup, Laventry y Harry se lo agradecieron con efusión, e intercambiaron miradas escépticas apenas Hinault les dio la espalda. La fragata de D’Oregon había patrullado las aguas al noreste de Tortuga, entre Cuba y las Islas de Bajamar: el corredor de los mercantes españoles que cubrían la ruta de San Juan a La Habana, y de los galeones que zarpaban desde Cuba hacia Europa. Resultaba evidente que el bueno de Hinault estaba más interesado en el botín que en la vigilancia. Pero Laventry y Harry habían obtenido buenas ganancias durante sus patrullas, de modo que no iban a criticar el súbito interés de otros capitanes.
Noticias preocupantes llegaban desde Jamaica y Curazao en esos días. A pesar del rumor de que la Armada de Barlovento había dejado el Mar Caribe para escoltar a la Flota de Nueva España a través del Atlántico, los hechos indicaban que los españoles estaban diezmando las filas piratas. Las embarcaciones más pequeñas eran presa fácil para la flotilla española, mas ni siquiera los barcos de mayor porte estaban seguros. Los españoles no sólo apelaban a su poder de fuego y su superioridad numérica, sino que además desplegaban una astucia desconocida a la hora de atacar.
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