Capítulo 49 El león y la perla
Al parecer había vuelto a dormirse. El sol ya había salido cuando despertó. Se sentó con tanto ímpetu que por un momento se sintió mareado. La cabina estaba desierta. El tabique y el cortinado habían regresado a sus lugares invisibles y la ropa de Marina no estaba a la vista. Sobre la mesa había una bandeja con varias rodajas de pan, un trozo de queso y una taza de fina porcelana con hebras de té flotando en agua que aún humeaba.
Junto al asiento, del lado donde él había apoyado los pies, había aparecido un taburete que sostenía una bacinilla con tapa, una jofaina con su aguamanil lleno y otro paño limpio y perfumado. Se levantó maldiciendo por lo bajo. Su asistente jamás lo había atendido tan bien por las mañanas.
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