Capítulo 90 Bajo el tamarindo
Castillano guió a Marina hasta un frondoso tamarindo que daba sombra a un banco de madera donde la invitó a sentarse con él, acomodando la bandeja entre ellos. El guardia no tardó en aparecer junto a las puertas dobles de la sala principal, a unos diez pasos, desde donde los tenía a la vista, aunque no podría escucharlos si hablaban en voz baja.
Castillano sirvió limonada para los dos y estiró el brazo sobre el respaldo del banco, volviendo la vista al jardín en silencio. A Marina le tomó un momento distenderse un poco. Estar sola con él resultaba un desafío. La hacía sentir al acecho de su humor para adivinar cómo tratarlo. En cierto sentido le recordaba a un gato viejo y mañoso que Colette dejaba dormir junto al fogón de la cocina cuando ella era pequeña. Había días en los que era manso y hasta cariñoso, en otras ocasiones sólo se dejaba rascar el cuello, y sin previo aviso arañaba, mordía y se alejaba bufando, todo erizado, ofendido por su familiaridad.
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