Capítulo 59 Maracaibo
No resultó una verdadera sorpresa que la próxima vez que se abrió la puerta del pañol, fueran dos soldados armados los que entraran. Marina se incorporó para enfrentarlos. Durante la noche, usando sus dientes y sus dedos, había logrado abrir agujeros como ojales a ambos lados de la rasgadura de su camisa, por los que había pasado el lazo de su trenza, que por algún milagro todavía colgaba de su cabello. De modo que ya no necesitaba sus manos para mantenerla cerrada. Lo cual fue una suerte, porque los soldados le aferraron los brazos y la sacaron del pañol a paso de carga, arrastrándola cuando trastabillaba. La llevaron tan rápido que ni siquiera tuvo ocasión de ver las caras de sus hombres, aunque sí los escuchó lanzar su obligada retahíla de insultos.
Los soldados la condujeron por las escaleras al entrepuente, y luego a la cubierta principal, hasta sacarla al aire libre. Marina tropezó, encandilada por la luz del sol, que veía por primera vez en tres días. No podía resguardarse los ojos con las manos, de modo que sólo pudo agachar la cabeza y entornar los párpados mientras los soldados cruzaban la cubierta con ella hacia la escala de babor.
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