Capítulo 56 Conocer al enemigo
Marina reaccionó al alba. Aún mareada y dolorida, un párpado tan hinchado que apenas podía abrir el ojo, pero con la cabeza más clara. Castillano le había dejado el candil allí detrás de los sacos de harina, a distancia prudencial para que no lo volteara dormida e iniciara un incendio. Pero no era lo único que le había dejado. También había dos cubos de madera, uno vacío y otro que aún contenía un poco de agua, con un tosco vaso de madera. El pañuelo que él solía llevar al cuello estaba doblado sobre el borde del cubo de agua, y a juzgar por las manchas de sangre seca, era lo que había usado para limpiarle la cara. Además de cubrirla con su propia chaqueta, había doblado su chaleco empapado para hacer la compresa que le cubría el estómago.
Perdió la noción del tiempo que permaneció allí tendida, medio de lado, sus ojos moviéndose por aquellos objetos. Castillano la había salvado del abuso y la tortura primero, y luego había cuidado de ella. Le había salvado la vida dos veces aquella noche. Tres si contaba su captura. La noche anterior, a bordo del Espectro, la expresión del español mostraba que se daba cuenta que ella mentía y que lo de sólo seis sobrevivientes era una farsa ridícula. Sí, el detalle de los barriles de pólvora había ayudado a que se decidiera con más rapidez, pero estaba segura de que él sabía lo que en verdad estaba sucediendo y lo había dejado correr a consciencia.
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