Capítulo 425 Un tesoro desperdiciado
Todos se reunieron para desayunar al siguiente día. Alexánder parecía estar de mejor humor. Comía con lentitud, pero era obvio que estaba relajado y se debía a César. Bueno, más preciso, a la condición en que César se encontraba. Él estaba cubierto casi hasta la cabeza en una cobija gruesa y temblaba sin parar, a pesar de tener un calentón a su lado. Intentaba comer algo de sopa, pero su mano temblaba y estaba tiesa, como si le hubiesen sumergido en hielo. Elizabeth le miró mientras terminaba de comer. En cuanto se paró, vio que dos hombres y una mujer entraron a la casa, sonriendo.
—¡Ah, parece que llegamos en el momento indicado! ¿Disfrutan de su desayuno? —preguntó Ruperto, como si fuese un amigo muy cercano a ellos.
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