Capítulo 9 ¡Ya lo verás!
Lo que dijo Elizabeth provocó los susurros entre la multitud alrededor de ellas.
—Ella tiene razón. ¿No creen que ella se cree demasiado importante?
—¿Quién se cree que es? Ella es una manzana podrida y malcriada por los Miranda, pero eso no significa que los demás tengamos que hacer lo mismo que ella.
Esa fue la primera vez que Katia había sido humillada; a causa de su repentino enojo y resentimiento, ella se abalanzó en dirección de Elizabeth y la intentó empujar, pero terminó desplomándose de manera estruendosa contra el suelo cuando ella la esquivó.
Elizabeth movió sus manos de una manera que demostraba lo indefensa que estaba.
—Todos ustedes presenciaron eso, ¿cierto? Ni siquiera le puse un dedo encima —dijo para luego inclinarse y amenazar con una dulce voz: —Yo sé que fuiste tú quien me empujó hacia la piscina hace unos momentos, Katia. Si vuelves a meterte conmigo una vez más, te prometo que tu queridito Mauricio será la primera persona que se entere —dicho eso, alzó la voz y le preguntó con una sonrisa: —¿Quiere que le ayude a levantarse, señorita Miranda?
Al escuchar las palabras de Elizabeth, el rostro de Katia se puso pálido como la muerte; ella se levantó con prisa y huyó.
Mientras tanto, Alexánder había permanecido callado mientras que observaba lo que ocurría desde lejos. Él esperaba que Elizabeth terminara pisoteada como un felpudo cualquiera, pero daba al parecer que ella no era tan estúpida como él pensaba originalmente. Él no se dio cuenta, pero sus labios se doblaron en forma de una sonrisa debido a que había encontrado a una presa interesante. Una vez que la farsa había llegado a su fin, Elizabeth empezó a perder cada vez más el interés que tenía el principio; le echó una mirada a Aylín y le dijo:
—Una disculpa, señorita Lozano, pero ya casi llega la hora de que me retire.
—Una disculpa por lo que ocurrió hoy —dijo Aylín como respuesta con una amabilidad forzada; aunque, muy en su interior, ella estaba molesta con Katia por haber hecho el ridículo al intentar ser astuta.
Después de eso, Elizabeth se dio la vuelta, pero logró escuchar un repentino sonido de desgarre a sus espaldas.
«¿Eso no fue la cremallera o sí? ¡Maldita sea! ¡Ahora resulta que los males vienen en tres!»
Lo único que ella podía hacer era apretar la cremallera con fuerza para evitar que el vestido se le cayera. Ella podía ver la mueca de complacencia en el rostro de Aylín aun cuando le estaba dando la espalda. Mauricio estaba a un lado de Elizabeth cuando vio lo que ocurrió y quería quitarse el saco para ponérselo encima; sin embargo y para su sorpresa, Alexánder llegó primero y puso su saco sobre ella antes de que él pudiera.
—¿Qué le ocurre a tu vestido? —preguntó el hombre con una voz profunda.
—La cremallera en mi espalda se soltó.
Alexánder parecía haber averiguado quién fue la culpable cuando dirigió su mirada a Aylín.
—En ese caso, seremos los primeros en irnos.
Aylín se contuvo en el momento que escuchó la fría voz de Alexánder.
«¿En qué momento llegó él?»
Pensó Aylín mientras que las comisuras de sus labios empezaban a temblar; ella no estaba dispuesta a rendirse ante eso, así que preguntó:
—Alexánder, ¿no sería mejor que alguien más la escoltara a casa? Acabo de regresar del extranjero, ¡y no he bailado contigo aún!
—Eso no será necesario —respondió Alexánder de manera cortante; él dejó de ponerle atención a Aylín para dirigirse a Elizabeth y decirle: —Te llevaré a casa.
—Eh, está bien —contestó Elizabeth; ella no esperaba que Alexánder la defendiera.
Daniel vio que Alexánder se estaba marchando de la fiesta antes de tiempo, por lo que exclamó por no creer lo que veía:
—¿Ya te vas, Alexánder? —una vez que agachó la mirada y vio que Elizabeth llevaba puesto el saco de Alexánder, él le gritó a ella: —¡Oye, más vale que sepas lo que te conviene, chica horrible! ¡No intentes coquetear con Alexánder!
Elizabeth giró sus ojos como si estos pesaran como rocas.
«¡Cómo quisiera marcharme por mi cuenta! Ya es lo suficientemente vergonzoso irme de esta manera con tantas personas mirándome».
Ella pensó, además que ella sentía que Aylín la iba a despellejar viva con su mirada; sin embargo, Alexánder mantuvo su mirada seria y se negaba a responderle a ella, por lo que lo único que ella podía hacer era aferrarse a su saco en completa vergüenza.
…
Mauricio miró a la figura de Elizabeth mientras se retiraba y sostuvo en su mano el saco que no alcanzó a ponerle encima; él sintió un extraño sentimiento crecer dentro de él.
«¿Por qué está siendo Alexánder tan amable con ella? ¿Es solo por la petición del abuelo?»
…
Aylín se sintió abandonada cuando presenciaba cómo Alexánder se marchaba junto a Elizabeth; al estar llena de tanta odiosa envidia, empezó a estremecerse por todos lados en un desate de ira.
«¡Lo único que eres es una pueblerina fea y poco educada! ¿Qué te hace creer que me puedes arrebatarme a mi Alexánder? ¡No te saldrás con la tuya con tanta facilidad, Elizabeth Zamora! ¡Ya lo verás!»