Capítulo 8 Qué imitadora tan horrenda
—Yo… —Elizabeth sintió como si su cerebro acabara de estallar en mil pedazos; ella ya se había imaginado un escenario en donde alguien la descubriera con su verdadera imagen, ¡pero ella no esperaba que ocurriera tan pronto!
«¿Y ahora qué hago?»
Elizabeth se preguntó.
Mauricio se quedó pensativo mientras miraba fijamente el rostro de Elizabeth, ya que muchas posibilidades se le vinieron a la mente.
«Es ella. ¿Es esta la verdadera Elizabeth? ¿Cambió toda su apariencia? ¿O es así como ella se ve en realidad después de haberse cambiado?»
Elizabeth se sintió un poco incómoda por la mirada fija de Mauricio; a pesar de ello, ella intentó mantenerse relajada.
—¿Joven amo Mauricio, qué le parece si tenemos una pequeña charla primero?
—De acuerdo.
—Bien. Por favor, pase —Elizabeth abrió la puerta con un ligero suspiro de alivio.
Mauricio colocó la ropa que tenía en sus manos en otra parte mientras que preguntaba con curiosidad:
—Bueno, ¿me permite hacerle una pregunta antes de que comencemos a charlar?
«Veo que no tiene pelos en la lengua. Grandioso, puedo ahorrarme un poco del esfuerzo cuando hablo con los más inteligentes».
Pensó Elizabeth.
—Me quiere preguntar la razón por la que cambio mi apariencia, ¿cierto? —ella preguntó. Al ver que Mauricio asintió, ella retorció un poco sus labios y dijo con lentitud:
—Porque odio la idea de un matrimonio arreglado, esa es la razón.
—Veo que usted y yo tenemos el mismo objetivo, señorita Zamora.
—¿En verdad? —Elizabeth respondió confundida.
«¿Qué razón tendría Mauricio para oponerse a un matrimonio arreglado que beneficiaría muchísimo a la familia Galicia?»
Ella no parecía comprender lo que ocurría en su mente.
«¿Pero a quién le importa? Ese no es asunto mío».
Ella consideró y, ahora dada la oportunidad, ella dijo:
—En ese caso, joven amo Mauricio, ¿me podría ayudar a mantener esto en secreto? No se preocupe, no haré que haga esto sin que no gane algo a cambio. Le brindaré mi ayuda en una ocasión como agradecimiento.
—Usted no me puede ayudar; en realidad, nadie me puede ayudar con lo que yo deseo —respondió Mauricio de un modo burlesco hacia sí mismo. No obstante, él le hizo un favor al decirle: —Muy bien, lo prometo.
—Gracias.
Mauricio de repente recordó que vino para entregarle las prendas, así que apuntó hacia la mesa en donde las dejó y dijo:
—Tenga más cuidado a la próxima. No habrá escapatoria en la circunstancia que alguien más descubra cómo luce en realidad; pero por el momento, cámbiese de atuendo. La estaré esperando afuera para acompañarla abajo una vez que termine.
Elizabeth le volvió a agradecer antes de tomar las prendas y llevárselas a la habitación. Ella miró con total asco a las prendas, pues ese vestido aterciopelado no era para nada su estilo, pero eso no le pudo importar menos en ese momento; se puso el vestido de noche para luego mirarse al espejo con orgullo.
«Aun así, me veo muy bien con cualquier cosa».
Ella alardeó en su cabeza. Después, se dirigió a la puerta para abrirla lentamente y dio un suspiro de alivio cuando vio que no había nadie más que Mauricio esperándola afuera.
—Debo ir al vestidor, por favor espéreme por un poco más de tiempo.
Mauricio pudo ver que su cabello suelto estaba arreglado en un rodete y el rosado que se podía ver a través de su piel tan impecable y blanca. Por un momento, su corazón revoloteó por alguna razón.
—Está bien.
Elizabeth se apresuró para ennegrecer su rostro en frente del espejo para luego dibujar con mucho cuidado unos cuantos lunares en ella. Al acabar, ella regresó abajo acompañada de Mauricio y llena de satisfacción.
…
La sala se llenó de aturdidoras carcajadas tan pronto vieron a la pareja bajar.
—Cielos, ¿qué se cree esa horrible bestia al hacer algo como eso? ¿Cómo osa de imitar de tal manera a la señorita Lozano?
—¡Sí, tiene razón! ¡La diferencia la hace ver mucho más espantosa de lo que se veía antes!
Elizabeth pudo deducir hasta cierto punto lo que había ocurrido cuando vio el vestido de Aylín.
La señorita Lozano dijo con un falso acto de amabilidad:
—No, eso no es lo que ocurre. Esta es la primera vez que Elizabeth asiste a una fiesta tan grande, así que yo escogí el vestido por ella. Ella no intentaba imitarme a propósito —luego, para echarle más leña al fuego, le dijo a Elizabeth: —Este es el mejor vestido de noche que he elegido para ti; aunque es una lástima que no te quede ese estilo. Haré que se te haga un vestido a la medida a la próxima.
«¡Qué maldita tan confabuladora! ¿Para quién está diciendo tales patrañas? ¿A quién le importa este ridículo pedazo de tela?»
Elizabeth pensó.
Al ver que ella estaba muy callada, Katia sintió la necesidad de demostrar quién era la jefa en el lugar.
—¡Qué imitadora tan horrenda eres, Elizabeth!
Mauricio frunció el ceño y advirtió:
—Por favor, cuide bien sus palabras, señorita Miranda.
Ante las palabras de Mauricio, Katia se llenó de celos; ella empezó a sonar mucho más arrogante cuando intentó dar provocaciones:
—Así que las pueblerinas como tú tienen algo entre ustedes, ¿eh? ¿Pusiste al joven amo Mauricio bajo los efectos de alguna poción mágica? Pero deberías de saber que los hermanos Galicia están fuera de tu alcance, por lo que no te hagas ilusiones debido a la amabilidad que te muestran; deja de hacerte la tonta y de anhelar por algo que jamás será tuyo. ¡Deberías conocer bien donde perteneces!
Elizabeth le regresó el comentario con una mueca de desagrado;
—Yo siempre supe el lugar al que pertenezco. Usted, por el contrario, ¿qué capacidad tiene como para decirme eso, señorita Miranda?