Fue hasta que escuchó la respuesta de Daniel que Jaime se sintió lo suficientemente a salvo como para contonearse de debajo de la mesa.
—Por Dios, por fin puedo comer en paz. Si tan solo supieras como ni siquiera me atreví a ir a casa en estos días. He estado durmiendo en el auto diario. ¿Puedes imaginarte lo miserable que ha sido mi vida?
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