—¡No! ¡No! ¡No me mientas Gerardo! ¡Dime qué diablos está sucediendo! ¡No me mientas! —gritó Gloria frenética con los ojos bien abiertos con una mirada amenazadora hacia su hermano.
Al quitarle las vendas, las cicatrices y heridas en su rostro se veían estremecedoras bajo la luz ya que tiraban y estiraban su piel. Hasta a los doctores les costaba disimular frente a ella.
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