Capítulo 8 El corazón que se marchitó
De camino a casa, Maira recibió una llamada de una curiosa Tania, que quería saber cómo había ido la reunión. Lo compartió todo con Tania y sólo omitió los detalles innecesarios de la narración.
Después de escuchar el resultado, Tania se alegró mucho, pero no colgó hasta que Maira respondió a sus preguntas sobre el hombre de ensueño. Quizá Maira estaba eufórica por el hecho de que un gigante como el Grupo Hernández hubiera reconocido su diseño.
Eran casi las diez de la noche cuando llegó a casa, lo que significaba que Eva ya estaba dormida por completo.
Al cruzar las puertas de la Residencia Chávez, vio el Lamborghini negro estacionado en el interior. Apagó el motor y pudo oír los gemidos y las risas agudas que provenían del otro auto. Era una voz conocida; de hecho, no era otra que la de Elsa.
La euforia que sentía Maira antes fue reemplazada de golpe por una oleada de resentimiento y una sensación de frío recorrió todo su cuerpo. Sus miembros estaban entumecidos y pesados mientras estaba sentada en su auto. Sintió que su corazón se marchitaba.
Apagó las luces del vehículo. Aunque el auto de enfrente también tenía las luces apagadas, las luces del jardín que estaban sobre él iluminaban la escena amorosa que se desarrollaba en su interior.
Maira observó cómo Elsa se ponía la falda y la blusa a toda prisa. Vio que Elsa lanzaba a Simón una mirada significativa antes de que ambos se enredaran en los brazos del otro mientras se besaban de forma apasionada dentro del auto. Era como si alguien estuviera echando una buena cantidad de sal sobre la herida abierta en el corazón de Maira. No estaba segura de cuánto tiempo había pasado, pero era el suficiente para que su corazón se entumeciera de dolor.
Fue entonces cuando él empezó a conducir su auto fuera de las puertas, quizá de camino a pasar el resto de la noche con Elsa.
Maira se bajó del auto a tientas y entró en la casa arrastrando los pies como un cadáver andante. Se dirigió directo al baño y abrió el grifo para lavarse la cara. Sin embargo, sólo había girado la llave cuando sus piernas cedieron. Se desplomó en el suelo y enterró la cara en las rodillas.
Simón no siempre se había comportado así con ella. Hubo un tiempo en el que fue amable y gentil; no la hirió con palabras duras ni con acusaciones agraviantes a pesar de lo mucho que ella se aferraba a él. Sin embargo, el cambio en su comportamiento llegó sin previo aviso. Él ya no veía todo lo que ella hacía por él y le rompió el corazón de un modo que ella nunca imaginó posible.
El repentino frío que rozó su piel la sacó de sus pensamientos. Se estremeció y vio que el grifo seguía abierto. El agua salía del lavabo y caía al suelo, empapando su ropa. Se levantó para cerrar la llave y miró su reflejo en el espejo. Su rostro estaba pálido y demacrado. Intentó sonreír con los labios, pero no pudo disimular su aspecto devastado.
Acababa de salir del cuarto de baño cuando se abrió la puerta de la casa desde el exterior. Maira no se giró al oír los pasos familiares que se escucharon.
«¿Por qué tengo que esforzarme tanto por complacerlo si me odia tanto?».
Miró al frente mientras subía las escaleras, pero se dio cuenta de que los pasos se acercaban a ella. Antes de que pudiera reaccionar, una mano con la fuerza de una roca rodeó su muñeca derecha para detenerla.
—¿Dónde has estado esta noche? —La voz de Simón era helada y apretó con fuerza su muñeca.
Maira sintió que su muñeca iba a romperse. Se obligó a ignorar el dolor y se volvió hacia él. Cuando habló, su voz carecía de emoción.
—Tenía una cita para cenar.
—¿Con quién? —preguntó mientras acercaba su mirada a la de ella.
Los ojos de Maira eran hermosos. Su brillo no era ni sensual ni sugerente, sino más bien de una inteligencia tranquila y gentil. Sus rasgos eran delicados y suaves; no había ni un ápice de hostilidad en ellos. Uno no podía evitar tener una sensación de calma cuando posaba sus ojos en ella.
Por un momento, parecía que Simón estaba aturdido. «Si ella no fuera despreciable, quizás intentaría arreglar las cosas con ella», pensó. Tal idea fue desechada tan pronto como le vino a la mente.
Su rostro se ensombreció y con un tono sarcástico, preguntó:
—¿Cenabas otra vez con un grupo de otros hombres? ¿Era de verdad una reunión para cenar, Maira? ¿O jugabas a mis espaldas? ¿Por qué no me cuentas cómo fueron esas reuniones de negocios tuyas? —Hacia el final de la frase, su tono de voz se hizo más agudo y desagradable.
Maira le devolvió la mirada. Sabía lo que insinuaba, ya que él dejaba muy claros sus pensamientos. Con una abrupta sensación de vacío, quiso reírse de la ironía que tenía ante sí. Se tambaleó un poco después de apartar su brazo de él antes de decir sin rodeos:
—¿Por qué quieres saberlo? ¿Estás enfadado porque tuve una reunión de negocios con un cliente masculino?