Capítulo 4 El regreso del prodigio
Al ser miembro de Sierra, Maira conocía bien la existencia de los Hernández, ya que eran una de las familias más prominentes de Ciudad B. Antonio tenía tres hermanos en total, una hermana y dos hermanos, todos mayores que él. Su hermana estaba casada y sus dos hermanos se dedicaban a la política y al ejército respectivamente, por lo que él era el único hijo de los cuatro que mostraba un gran interés por los negocios. Era el nieto al que más quería el viejo Sebastián Hernández. Sin embargo, Maira se enteró de que Antonio había sido un rebelde en su juventud y se había negado a heredar la fortuna familiar. Se preguntó qué podría haberle hecho volver de repente para hacerse cargo del Grupo Hernández.
Por otro lado, también podía entender por qué las damas estaban fascinadas con él. Después de todo, era el heredero de los negocios de la Familia Hernández, lo que significaba que su valor y su estatus eran sin duda impresionantes. También era el claro ejemplo de «alto, moreno y guapo».
Sin embargo, había algo que resultaba muy familiar en sus ojos... Tal vez era la fría indiferencia que había en ellos lo que le recordó a Simón. Al pensar en eso, la imagen de la cara de presunción de Elsa pasó por su mente sin remedio.
Maira sintió que se le cortaba la respiración y enseguida reprimió cualquier pizca de resentimiento que amenazaba con burbujear en su interior.
—¡Un bombón para la vista lo hace todo mejor! La vida ya es bastante dura; necesitamos más de estos pequeños momentos de felicidad.
Maira se rio y recogió los documentos que acababa de revisar. Luego los colocó en los brazos de Tania mientras decía:
—Vamos, dirijámonos a la empresa de tu compañero de ensueño y consigamos esos momentos de felicidad que tanto esperas.
Tania se quedó con la mirada perdida durante un momento antes de soltar una enorme sonrisa cuando por fin registró sus palabras.
—Maira, ¿vas a ir al Grupo Hernández para hablar del Proyecto Bahía del Sol? ¿El proyecto para la comunidad de alto nivel? Creía que ibas con la Señorita Ferrero.
—No creo que vuelva pronto. Puedes sustituirla hoy.
«Es probable que no quiera ir de todos modos, ya que está enredada con Simón en este momento», Maira se autodespreció.
—¡Entendido! ¡Haré mi mejor esfuerzo!
Maira acababa de entrar con su BMW blanco en el estacionamiento del sótano del Grupo Hernández cuando dos Bentley pasaron junto a ella hacia la salida.
El Bentley Mulsanne que salió primero era uno de los más llamativos. Si no recordaba mal, era el mismo modelo de edición limitada que Bentley anunció durante su conferencia de prensa en Londres el año pasado. Sólo se había fabricado uno de este tipo en todo el mundo y se rumoreaba que su propietario era un misterioso magnate de los negocios.
Cuando el auto cruzó su línea de visión, vislumbró al hombre que estaba sentado en el asiento trasero del Mulsanne. Sin embargo, no pudo ver mucho en la escasa iluminación, salvo una silueta oscura que parecía fría y elegante.
Mientras tanto, el hombre del asiento trasero pareció percibir algo. Abrió los ojos, pero el auto de Maira ya había pasado.
Tras rodear el estacionamiento del sótano, se sintió aliviada por haber encontrado un lugar destinado para los visitantes habituales.
Entró en el ascensor y las puertas estaban a punto de cerrarse hasta que un brazo se acercó para mantenerlas abiertas.
—Lo siento, pero ¿les importaría compartir el ascensor?
Maira miró hacia arriba. En ese momento, había un grupo de hombres que estaban de pie fuera del ascensor de los que ella no se había percatado antes. Todos iban vestidos con traje y zapatos de cuero y tenían un aspecto solemne. Una mirada bastó para suponer que eran lo mejor de alguna empresa de alto nivel. Sin embargo, el hombre que se dirigió a ella antes tenía un rostro agradable y esperaba su respuesta.
Ella parpadeó; luego, negó con la cabeza. El hombre le sonrió, luego se apartó y se hizo a un lado. Estaba claro que era alguien con nivel de asistente.
Mientras tanto, Maira escuchó a Tania respirar con fuerza detrás de ella. A continuación, Tania le clavó un dedo en la espalda. Maira levantó la vista y su mirada se posó en un par de orbes oscuros e interminables.
La persona que estaba detrás de esos ojos era el más guapo de su séquito y resultaba ser el último. Parecía tener entre treinta y cuatro y treinta y cinco años y llevaba un traje negro hecho a medida que acentuaba su imponente figura.
La camisa blanca y limpia que llevaba debajo del traje negro le daba un aspecto aún más atractivo. Había algo elegante en su forma de comportarse: era imponente, incluso. Era reservado, pero su mirada era intensa y enfocada.
Maira tragó saliva, era nada menos que Antonio Hernández, el nuevo Director del Grupo Hernández. Como si hubiera percibido su mirada, la evaluó por un instante antes de dar una larga zancada hacia el ascensor.
Ella no pudo evitar chasquear la lengua ante su indiferencia.
—¡A... An... Anton... umm! —El tartamudeo de Tania fue interrumpido por un gemido cuando Maira le clavó el codo en el estómago.
A continuación, empujó a Tania dos pasos hacia la izquierda para dejar sitio al resto de los hombres. Observaron en silencio cómo los hombres entraban al ascensor con rapidez.
—¡Maira, mira! Es Antonio el hombre de ensueño —chilló Tania cerca de la oreja de Maira en un tono demasiado agudo como para ser considerado un susurro.
La cara de Maira se sonrojó, sobre todo cuando escuchó al asistente de antes aclararse la garganta, lo que la hizo suponer que era diversión. Algo avergonzada, se giró para lanzar una mirada apologética al hombre de aspecto impasible.
Al ver que estaban uno al lado del otro, sólo pudo ver su perfil, limpio y afilado como un cuchillo. Su rostro era tan frío como intimidante. Sin embargo, había una cosa le rondaba por la cabeza: «un hombre como Antonio debería usar el ascensor destinado a invitados exclusivos, así que ¿por qué compartía un ascensor público con el resto?».