Sus pequeños dientes blancos se expusieron al sonreír con dulzura, como un ángel y derritió los corazones de todos. Elías no pudo obligarse a rehusársele. Sus palabras se quedaron atoradas en la garganta.
En ese momento, la niñita parpadeó con sus ojos y vio a Elías con inocencia. No le tenía nada de miedo. Justo mientras él titubeaba, la niñita le dedicó otra sonrisa encantadora. Estiró las manitas regordetas y murmuró:
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