Después de un vuelo de más de diez horas, Marina llegó a Sudáfrica en un letargo. Sus ojos estaban casi cerrados cuando bajó del tren. Elías la había abrazado para que estuviera bien aunque ella no le prestara atención. Estaba más alerta cuando subió al auto. Se frotó los ojos y miró por la ventana, exclamando:
—¡Qué vista tan bonita!
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