―¿De verdad? ¿No me mientes?
Al escuchar que el bebé estaba bien, Marina sintió como si le hubieran quitado una enorme roca del pecho. Tenía los ojos rojos y las palmas de las manos empapadas de sudor. «¡Gracias a Dios! El bebé está bien». De lo contrario, no hubiera sabido qué hacer.
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