Shannon miró por la ventana la nieve que caía. Sus labios adoptaron una sonrisa tan triste como hermosa. «¿Perdonar? ¿Cómo podría perdonarle después de pasar por tanto dolor? Jamás lograré curar las heridas que este hombre ha causado en mi alma» se dijo. Ella le había amado y odiado hasta la médula en el pasado, de modo que no le resultaría nada fácil perdonarle. Shannon se mantuvo en silencio durante unos instantes y al fin cerró los ojos antes de empezar a hablar.
―Nunca te perdonaré. Mi brazo ha quedado tullido y he perdido a mi hijo. No eres ningún santo, así que no hay manera que puedas hacer que el tiempo vuelva hacia atrás. Perdonar no es más que un lujo para ambos, no seas tan ingenuo como para pensar que tú y yo tenemos un futuro común. No recuperaremos lo perdido jamás y ésa es la triste realidad, por mucho que duela. Esto es lo que el destino te ha otorgado; yo ya he atravesado el tormento que estás viviendo en estos instantes. Por eso Dios es justo —dijo Shannon remarcando mucho las palabras.
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