«Este bastardo…» se dijo Bailey, y deseó con todo su ser darle un puñetazo en su malvado pero apuesto rostro. «¿Cómo es posible que alguien tan cruel siga vivo?» se lamentó ella. Sin embargo Rhonda, ajena a lo que en verdad ocurría, no cabía en sí de felicidad. Ya de por sí cualquier vestido de diseñador la haría saltar de alegría por lo que implicaba casarse con Artemis Luther; entonces, un traje encargado específicamente por su prometido era para ella algo muy especial.
―Artemis, gracias. Voy a ser la novia más feliz del mundo —dijo Rhonda con los ojos brillantes, y su prometido le dedicó una ligera inclinación.
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