Capítulo 14: Papá Eddy
Mientras hablaba, entró en la habitación. Se trataba de un hombre extremadamente atractivo que parecía tener entre veintiséis y veintisiete años. Su voz era como el rumor de un río caudaloso y tranquilizador para cuantos la escuchaban. Las facciones de su rostro estaban delineadas con la perfección de los dioses, de modo que parecía la creación más hermosa de un escultor maestro. Su nombre era Edmund Chivers, primogénito de Yoel y primo menor de Artemis.
Bailey entrecerró los ojos cuando le vio entrar, y en su rostro se dibujó una expresión críptica. «No sabía que es… pariente de Artemis. Por otra parte, él es un Chivers, y la rama materna de la familia Luther comparte ese apellido, así que no debería sorprenderme que estén emparentados» se dijo ella. La cuestión era que Bailey conocía a ese hombre desde hacía siete años, pero sólo en ese momento había descubierto que él era el heredero de los Chivers, y eso para ella equivalía a una bofetada en el rostro. «Así que los Chivers… ¡La única familia que se equipara a los Luther! Con razón siempre parece tan decidido, cuenta con dos familias poderosas que le respaldan» pensó Bailey, pasmada.
—Papá Eddy… —dijo una voz infantil, y Zayron se deslizó fuera del abrazo de Bailey para ir hasta él.
Sin embargo, cuando los pies del niño tocaron el suelo, su cuerpo estaba tan débil que cedió. Estaba a punto de estrellarse contra el suelo, cuando un brazo sujetó su pequeño cuerpo y lo alzó por los aires para levantarle.
—¡Cuidado! Si arruinas esa cara tan bonita que tienes, te costará encontrar esposa en el futuro —le dijo el atractivo hombre con voz tranquilizadora mientras le abrazaba. Cuando escuchó la voz de Edmund sobre él, Zayron estalló en sollozos sin poderlo evitar.
—¡Papá Eddy! —exclamó el niño con voz ahogada, lo que dejó a todos los presentes estupefactos, a excepción de Bailey.
El inocente sobrenombre que el niño había puesto a Edmund supuso, sin embargo, una bomba que estalló dentro de la sala de urgencias, enviando tres destructoras ondas expansivas a su alrededor. «Papá Eddy» era un apodo que implicaba demasiadas cosas. Podría ser…
Rhonda, con la boca abierta de par en par, observaba a Bailey con los ojos desorbitados por la sorpresa. «¿Qué pasa aquí? ¿Qué diablos pasa aquí? ¿Bailey no sólo se acostó con Artemis, sino también con Edmund? ¿Hablamos de Edmund, que es famoso por ser muy reservado? ¿No sólo ha dado a luz al hijo de Artemis, sino también al heredero de Edmund? ¿Cómo puede ser? ¿Cómo demonios ha podido ocurrir algo así?» se preguntó ronda con desesperación. La inmensa mayoría de mujeres ni siquiera podrían soñar con acercarse a uno de esos dos prominentes hombres en toda su vida, pero Bailey los había conseguido a ambos. ¿Cómo no iba a sentir celos y odio de su hermana?
«Edmund tiene una suerte mucho mejor que la mía; no sólo tiene un hijo, sino también una mujer maravillosa…» se dijo Artemis.
—¡Oh, sois una familia! —exclamó Gwendolyn, rompiendo así el silencio de la habitación.
El mero pensamiento de que el niño que estaba en brazos de Edmund era su nieto la llenaba de felicidad. Apenas unos instantes atrás, ella había estado defendiendo a aquella joven, de modo que fue una agradable sorpresa descubrir que esa mujer era en realidad la madre de su nieto.
Edmund, que siempre se había caracterizado por ser alguien muy educado, establecía límites claros entre hombres y mujeres. Por ello, Gwendolyn jamás hubiese supuesto que Edmund tuviese un hijo ilegítimo, sin importar el motivo; sin embargo, mientras aquella conmovedora escena se desarrollaba frente a ella, Gwendolyn se sentía más y más asombrada por la tierna interacción que había entre Edmund y el niño. ¿Qué otra posibilidad había, aparte de que Edmund fuese el padre de ese pequeño?
Con una ancha sonrisa dibujada en sus labios, Edmund frotó la espalda del niño en gesto cariñoso.
—He venido en cuanto me enteré de que teníais problemas. Shhh, no llores, todo está bien. Ya estoy aquí con vosotros, y no dejaré que os ocurra nada —dijo Edmund con voz tranquilizadora.
En respuesta, Zayron frunció los labios en un puchero, al tiempo que sentía cómo su cariño filial por ese hombre se desbordaba. «Creo que debería dejar de buscar a mi padre biológico para más bien centrarme en lograr que Bailey y Edmund estén juntos» se dijo Zayron.
—¿cómo te llamas, pequeño? —le preguntó Gwendolyn a Zayron con una sonrisa en los labios, y el niño se giró para mirarla.
—Mi nombre es Zayron Jefferson, señora, y mi Mamá se llama Bailey Jefferson. Yo llevo su apellido —respondió en tono inocente.
La sonrisa en los labios de la mujer se ensanchó al escuchar que el niño llevaba el apellido de su madre, pues esa circunstancia vino a confirmar sus sospechas: ese chico era en realidad el hijo ilegítimo de Edmund Chivers.
Por su parte, Edmund comenzaba a hacerse una idea de lo que estaba pasando por la cabeza de Gwendolyn, pero no trató de sacarla de su error, sino que, muy al contrario, permitió que ese malentendido calase en los presentes; al fin y al cabo, tenía la firme intención de casarse con la madre de Zayron, de modo que algún día ese chico sería su hijo, aunque él no lo hubiese engendrado.
Felicity, que al fin había despertado de su aturdimiento, se dirigió con grandes zancadas hacia su sobrino.
—E… E… Edmund, ¿s… se trata realmente de t… tu hijo? —tartamudeó.
A modo de respuesta, el hombre enarcó las cejas al tiempo que esbozaba una suave sonrisa.
—¿Acaso no responde a tu pregunta la forma en la que el chico se ha dirigido a mí hace unos momentos? ¿No te alegras de mi felicidad, tía Felicity?
La mente de la mujer era un mar de confusión, pues sentía que algo se le estaba escapando. Si Bailey era la mujer de Edmund y había dado a luz al heredero de los Chivers, ¿por qué estaría celosa de Rhonda? Entrar a formar parte de la familia Chivers era un gran privilegio, así que no había ningún motivo para que tratase de dañar a los Luther por una cuestión de celos. Al darse cuenta de que su tía comenzaba a cuestionar la culpabilidad de Bailey en todo ese asunto, Edmund sonrió.
—Tía Felicity, llevas en este mundo mucho más tiempo que yo, así que has acumulado todo tipo de vivencias que te han hecho mucho más sabia de lo que yo jamás seré. Gracias a tu experiencia y sagacidad, estoy convencido que ya te has dado cuenta de que algo no cuadra, pues no existe la menor razón para que Bailey envenene a los niños. ¿Qué piensas?
Una expresión de vergüenza se dibujó en el rostro de Felicity. Aunque las palabras que le había dedicado Edmund parecían en un principio halagadoras, en realidad estaba infiriendo que había llegado a esa conclusión sin una razón o prueba sólida que la sustentase.
—Sí, sí. La verdad es que tienes razón, Ed: ella no tiene ningún motivo para dañar a los niños, pero… pero en ese caso… —comenzó ella.
—No te preocupes por lo sucedido tía Felicity, te aseguro que enviaré profesionales de primer orden para que investiguen a fondo este asunto. Una vez que localicemos al verdadero culpable de este crimen no le dejaremos escapar.
Felicity se dio cuenta que Edmund le estaba dando la oportunidad para salir de ese atolladero de manera honrosa, así que se apresuró a tomarla con gusto.
—De acuerdo, Edmund. Dejaremos este asunto en tus manos, ya que confío plenamente en tu capacidad para descubrir la verdad en el menor tiempo posible —dijo la mujer.
A Rhonda la zumbaban los oídos por el desarrollo de los acontecimientos, y sentía el suelo inestable bajo sus pies. ¿Cómo una situación tan ventajosa para ella había terminado así? Bailey estaba atrapada en un callejón sin salida apenas unos momentos atrás, y tenía por delante el sufrimiento eterno. Rhonda estaba segura que su hermana no sería capaz de recuperarse de aquello; sin embargo, de pronto ella estaba a punto de entrar en la familia Chivers. En otras palabras, Rhonda sabía que no sólo había fracasado de manera desastrosa, sino que le regaló a su hermana un boleto de entrada a la familia Chivers sin querer.
«¡Ja! ¡Menuda ironía! Así que el padre del hijo que tuvo Bailey ha resultado ser ni más ni menos que Edmund Chivers. ¿Acaso esto no es una broma del destino?» se dijo Rhonda, pues creía que, al robarle el hijo a Bailey y ocupar su lugar como miembro de la familia Luther y esposa de Artemis, destruiría definitivamente a su hermana, ya que habría usurpado la posición que le correspondía. Lo que nunca hubiera imaginado es que Bailey se convertiría en la mujer de Edmund, y que habría dado a luz al heredero de los Chivers, la única familia que estaba a la par de los Luther en todo el país. «¡Esa perra! ¿Por qué tiene tanta suerte? ¡Todos sus hijos han terminado siendo los herederos de las dos familias más ricas del país! ¡La odio, la odio a muerte!» gritó ronda dentro de su cabeza. Sentía tanto odio en esos instantes, que lo único que deseaba era despellejar viva a su hermanastra.
Edmund, que todavía estaba acunando a Zayron entre sus brazos, se acercó a Bailey y la tomó de la mano mientras asentía con la cabeza en dirección a Felicity.
—Tía Felicity, si no se te ofrece nada más, me llevo ya a Bailey y al niño.
—Espera —le interrumpió Artemis antes de que su madre alcanzase a responder.
Edmund levantó una ceja y se volvió hacia Artemis; cuando las miradas de ambos jóvenes se encontraron, un choque, semejante a un pulso de electricidad, recorrió toda la habitación. Los dos hombres entablaron una batalla silenciosa durante un par de minutos, antes de que Edmund rompiese la tensión creciente esbozando una sonrisa.
—¿Sí, Artemis? ¿Tienes algo que decir?