Capítulo 13: A la comisaría
¿Es necesario esto? Rhonda ya se había mudado a la mansión Luther, y si todo iba bien, sería la próxima matriarca del Grupo Luther. Que Bailey terminase en prisión no podía ser motivo suficiente como para arriesgar la vida de su primogénito y futuro heredero de la familia. Además, ella no amenazaba la posición de Rhonda en ningún aspecto, así que ¿por qué ejecutaría un plan tan problemático con tal de enfangarla?
Felicity dio un paso al frente y estiró la mano para sostener a Rhonda, que parecía a punto de caer al suelo en cualquier momento.
—No llores, Ronni. Esa mujer va a pagar muy caro por lo que ha hecho en cuanto entre a prisión. Sé que tu corazón sufre por Max, pero no debes tener miedo: es el consentido de la familia, así que quien trate de dañarle tendrá que vérselas conmigo, y me aseguraré de que pase el resto de su vida entre rejas —la consoló Felicity.
Rhonda, que sollozaba lastimeramente, se forzó a continuar derramando lágrimas.
—Si Bailey si disculpa, quizás me sienta mejor y deje pasar todo este asunto. P… Pero es que no se ha limitado a envenenar a mi hijo, sino que me ha culpado a mí, su propia madre, de intentar hacerle daño. Llevé a Max en mi vientre durante ocho meses, ¿cómo podría siquiera pensar en lastimarle? ¿Qué madre haría algo así? —gimió la mujer.
Felicity le tendió un pañuelo a Rhonda para que se enjugase las lágrimas; era evidente que creía todo lo que su nuera decía. Al fin y al cabo, el mayor orgullo y alegría de Rhonda era haber dado a luz al heredero de la familia Luther. ¿Qué motivo tendría para tirar su mayor logro por el desagüe? Rhonda sería la última persona en el mundo que dañaría a Maxton, de eso estaba Felicity segura.
—Eres demasiado blanda. Ya pasó, seca tus lágrimas. Estoy aquí y te voy a cubrir la espalda para que esta mujer jamás vuelva a causarte problemas. La policía va a llegar pronto, y me voy a encargar en persona de que el señor Chestway se ocupe de ella por lo que ha hecho —dijo la anciana.
—G… Gracias, señora Luther —tartamudeó Rhonda mientras se sorbía la nariz.
En ese momento, Bailey sintió que lo que estaba en sus brazos se movía, y bajó los ojos para observar al niño que tenía abrazado, el cual miraba con los ojos bien abiertos al techo, como si estuviese perdido dentro de su mente.
—Zayron, estás despierto —silabeó Bailey.
El niño parpadeó un par de veces para aclararse la vista y le mostró una sonrisa a su madre.
—No te preocupes Bailey, estoy bien —musitó el niño.
Bailey sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas y que un apretado nudo le cerraba la garganta. Sabía que en cualquier momento iba a romper a llorar. Y ésa fue la escena que dio la bienvenida a Artemis cuando éste entró en la sala de urgencias: una mujer joven que fingía calma frente a su hijo, pese a hallarse claramente al borde de las lágrimas, mientras el pequeño, con absoluta confianza y dependencia, se apoyaba en su madre y convertía su regazo en su lugar seguro. La interacción entre ambos era mucho más natural que cualquiera que hubiese visto entre Rhonda y Maxton durante todos aquellos años; el sentimiento que les unía era tan fuerte, que Artemis podía percibir el amor de madre que emanaba de esa mujer, pese a que apenas la había visto unas cuantas veces.
Si Maxton confiase en Rhonda la mitad de lo que Zayron confiaba en Bailey, tal vez ella no tratase con tanta frialdad a su hijo; sin embargo, sabía que Rhonda se guiaba sólo por la ambición, de modo que Maxton jamás había sido para ella nada más que el boleto para ingresar en la familia y beneficiarse del poder, el estatus y la riqueza de los Luther. Por ello, nunca había manifestado amor o deseos de cuidar de Maxton.
—Señor Luther, su hijo está despierto. ¿Podemos irnos ya? —dijo una voz gélida, lo que devolvió a Artemis a su ser. Él apartó la mirada de Bailey y su hijo por pudor en ese momento.
—Enviaré a un chófer para que os lleve de vuelta a… —comenzó a decir con tranquilidad, pero la aguda voz de Felicity le interrumpió a media frase.
—Mientras el caso no esté cerrado, esa mujer tiene que permanecer bajo custodia —aseveró la anciana, tras lo que se volvió hacia los guardaespaldas que les rodeaban—. Amordazadla y llevadla ahora mismo a la estación de policía más cercana —ordenó.
—Sí, señora Luther —respondieron los guardaespaldas como un solo hombre.
Puesto que sus brazos estaban ocupados en rodear a Zayron, Bailey no pudo contraatacar, sino que debió limitarse a mirar cómo el grupo de guardaespaldas la inmovilizaba al sujetarla por los hombros. Cuando estaban a punto de arrastrarla fuera de la habitación, Bailey soltó una risita entre dientes de manera inesperada.
—No puedo dejar de preguntarme cómo ha logrado convertirse en uno de los hombres más ricos del mundo, señor Luther, cuando ni siquiera eres capaz de distinguir el bien del mal. Tsk, tsk, estoy segura de que has defraudado a cuantos te admiraban y respetaban a lo largo de su vida —le dijo Bailey cuando pasó por su lado.
El rostro de Artemis se ensombreció ante aquellas palabras; estaba a punto de ordenarle a los guardaespaldas que la soltaran, cuando una voz se escuchó fuera de la habitación.
—Señora y señor Luther, los Chivers han venido expresamente para visitar a Maxton en cuanto se han enterado que ha sido envenenado —dijo uno de los asistentes.
—Invítales a pasar —ordenó Felicity, al tiempo que les hacía señas a los guardaespaldas para que trajeran a Bailey y a Zayron al lado suyo.
Tras unos instantes, un hombre y una mujer aparecieron en la puerta de urgencias.
—Felicity, ¿cómo se encuentra Max? ¿Ya está fuera de peligro? —preguntó una voz grave y profunda que pertenecía al hombre de la pareja.
Tenía unos cincuenta años, y a primera daba la impresión de ser alguien cálido y sociable; nada en él indicaba su brillante astucia para los negocios. Muy al contrario, olía a libros viejos, como un bibliotecario. Se llamaba Yoel Chivers y era el hermano menor de Felicity. Poseía una compañía familiar, la cual se había hecho un lugar destacado por derecho propio dentro del mundo empresarial, hasta el punto de que la familia Chivers era la única que poseía el mismo rango que los Luther en todo el país.
Felicity se alejó de Rhonda para dirigirse hacia él.
—El culpable de esto ha sido despiadado y cruel, pues su única intención era asesinar al heredero de la familia Luther —dijo Felicity, pero debió detenerse un momento pues se atragantaba con la rabia que sentía—. Sin embargo, mi precioso nieto ya está bien, gracias a Dios —añadió.
Yoel frunció el ceño ante aquellas palabras. En un instante, la agradable impresión que transmitía se esfumó para ser sustituida por un aire de autoridad.
—No puedo creer que exista alguien tan atrevido en este mundo. ¿Quién ha osado atentar contra la vida del heredero del Grupo Luther? Felicity, ¿ya has capturado al culpable? Si es así, debes darle una lección que no olvide nunca, y no puedes mostrar la menor piedad —exclamó con voz grave.
Felicity le lanzó una mirada venenosa a Bailey, que se hallaba retenida por los guardaespaldas en un rincón.
—¡Esa mujer es la culpable! ¿Puedes creer que se trata de la tía de Max? Estaba tan celosa de que Ronni hubiese engendrado al heredero de los Luther, que fue lo suficientemente despiadada como para envenenar a un niño de siete años con tal de vengarse de su hermana —gruñó Felicity con los dientes apretados.
Yoel se giró hacia donde Felicity miraba, pero al ver el niño que estaba entre los brazos de la mujer, se quedó desconcertado.
—¿Quién es ese chico? —preguntó Yoel, pero la mera mención de Zayron hizo que Felicity se pusiese aún más furiosa.
—Esta mujer está tan perturbada, que no la importaría arrastrar a su propio hijo hasta las llamas del infierno si eso conllevase lastimar a Max. ¡Sería un pecado no enviar a alguien tan cruel a la cárcel durante toda la eternidad! —gritó Felicity con los ojos llenos de ira, y Yoel asintió con la cabeza.
—Ahora que tienes a la culpable, vamos a enviarla a la comisaría.
Gwendolyn, que continuaba de pie al lado de su esposo, observó a Bailey durante unos instantes y un destello de interés brilló en sus ojos. «Qué joven tan fría. No hay el menor rastro de miedo en sus ojos, pese a la situación en la que se halla» se dijo ella.
—Esta mujer parece estar muy tranquila, y me da la sensación que además es algo terca. Quizás ella tiene algo que decir, aunque sea difícil de expresar. Felicity, ¿estás segura de que ella envenenó a los niños? No creo que ninguna madre con dos dedos de frente fuese capaz de atentar contra la vida de su hijo con tal de arrebatar la de otro. Y por la forma tan protectora en que sostiene a su hijo, dudo mucho que tenga el corazón como para hacerle daño —comentó Gwendolyn.
La expresión de Felicity se oscureció al momento, y una mueca de disgusto se dibujó en sus labios.
—¿Qué quieres decir con eso, Gwendolyn? ¿Acaso estás infiriendo que yo la estoy incriminando sin pruebas? —siseó Felicity en tono gélido, lo que hizo que la otra mujer se sobresaltara.
—Me has malinterpretado, Felicity. Yo sólo te digo lo que veo de acuerdo con su apariencia; no me da la impresión de que sea alguien capaz de hacer algo tan perverso. Sin embargo, si tú estás segura que fue ella quien envenenó a los niños, podemos enviarla a la comisaría para que sea investigada —se apresuró a explicar Gwendolyn.
—Bueno, ¡¿a qué estáis esperando?! ¡Llevadla a comisaría! —le gritó Felicity a los guardaespaldas tras resoplar con disgusto.
—¡Sí! —respondieron.
Sosteniendo a Bailey cada uno por un brazo, dos guardaespaldas comenzaron a arrastrarla fuera de la habitación cuando Artemis, en un movimiento reflejo, levantó su pie derecho para dar un paso a delante. Estaba a punto de ordenarles que se detuvieran, pero una suave voz masculina proveniente de la puerta hizo que las palabras muriesen en sus labios.
—Tía Felicity, aún no se sabe la verdad. ¿Cómo puedes enviar a alguien a la comisaría sin pruebas sólidas? Por lo que veo, creo que lo mejor será que tengamos a alguien dentro del caso para ver cómo se desarrolla la investigación, por si acaso hemos malinterpretado a esta mujer. De lo contrario, podríamos arruinar la reputación del Grupo Luther.