Capítulo 9: Una bofetada en la cara
«Espera, esto es algo muy diferente de lo que esperábamos en un principio. Pensábamos que el señor Luther pretendía utilizar los medios de comunicación para confirmar que había tenido un hijo fuera del matrimonio, de modo que pudiese darle la bienvenida al niño a la familia Luther, antes de casarse con la madre del muchacho. ¿Qué demonios ha pasado?» se preguntaban los reporteros.
La persona encargada del Departamento de Relaciones Públicas, que aún se encontraba en el escenario, carraspeó para atraer de nuevo la atención de los periodistas.
—El señor Luther ya ha clarificado todos los rumores en persona. Creo que todos los presentes poseen suficiente inteligencia como para comenzar a escribir noticias acerca del tema sin necesidad de que yo se lo recuerde —dijo el hombre, pero obtuvo silencio por toda respuesta—. De acuerdo. Si eso es todo, doy la conferencia por fin…
Sin embargo, antes de que el jefe de relaciones Públicas pudiese terminar su frase, un crujido ensordecedor resonó por toda la estancia, y un instante después, dos pequeñas figuras aparecieron en la pantalla donde instantes antes estaba Artemis Luther. A uno de ellos, los medios le conocían de sobra, pues se trataba del niño que aparecía en la imagen desmontada; pero el otro…
—Oh, ¿no es ése Maxton Luther? ¿Por qué está en compañía del otro chico?
—¿Hay algo en todo este asunto que se nos escapa?
—¡Sí, puede que tengas razón!
El encargado del Departamento de Relaciones Públicas lanzó una maldición por lo bajo, pues sabía que la imagen de su jefe nunca se recuperaría tras lo que intuía que iban a presenciar; por si acaso, y con la intención clara de minimizar los posibles daños, hizo un gesto a alguien del personal técnico para que apagasen el proyector en ese mismo instante. Uno de los técnicos tecleó a toda velocidad sobre el teclado del ordenador que controlaba el proyector, pero por desgracia, nada funcionó, ni siquiera presionar la tecla de escape, la de reinicio, la de pausa, el «intro» o «alt». Parecía que la CPU no respondía a ningún comando, por lo que un sudor frío comenzó a correr por las sienes del informático. «Maldita sea. Los chicos de hoy en día son expertos en causar problemas, ¿eh? ¡Ni siquiera se han apiadado de mis sentimientos!» pensó el hombre, muy enfadado.
—Permitan que me presente, mi nombre es Maxton Luther.
Tras oír las palabras de Maxton, todos los presentes en la sala se quedaron con la boca abierta. «¿Desde cuándo puede hablar el benjamín de los Luther? ¿Acaso no es mudo, tiene algún tipo de discapacidad intelectual y además padece autismo? ¿Por qué habla sin problemas de pronto? ¿Su padre sabía algo de esta intervención?».
Era evidente que Artemis estaba al corriente de aquella intervención espontánea, o eso supusieron los medios; estaba sentado en el sofá y miraba la pantalla con expresión sombría. Al observar a su hijo, lo único que deseaba era volverlo a meter en el vientre de su madre, de modo que cuando volviese a salir, su personalidad hubiese cambiado. «¡Ese mocoso!» pensó Artemis con ira.
Sin embargo, la emisión del vídeo continuaba sin que nadie pudiese hacer nada para remediarlo. Tras presentarse a cámara, Maxton se giró hacia Zayron, que estaba parado a su lado, y volvió a hablar.
—Éste es mi hermano mayor. Hace tiempo tuvimos la oportunidad de conocernos, y ahora deseaba presentárselo a todos los medios presentes.
¡Boom! Esas palabras golpearon por igual a reporteros y trabajadores de Artemis, de modo que todos se miraron entre ellos, presas del desconcierto más absoluto. «¡El hijo del señor Luther nos está presentando a su hermano justo cuando Artemis había logrado terminar con los rumores! ¡Menuda bofetada en la cara le ha propinado a su padre! ¿Te ha dolido, señor Luther?» se dijeron los periodistas.
—¡Maldita sea, entonces ese otro niño es de verdad el hijo del señor Luther!
—¿Acaso no es obvio? Ellos mismos dicen que son hermanos, lo cual es prueba suficiente como para saber que algo raro está pasando aquí.
—Tienes razón. Si les observas durante unos instantes, es sencillo darse cuenta que ambos están emparentados. No me cabe la menor duda de que comparten el mismo padre.
—Vaya, el señor Luther ha cometido un grave error. Esa supuesta demostración de que la foto había sido editada de pronto ya no parece tan fiable, ¿verdad? Después de esto, la única manera que tiene de limpiar su nombre es a través de una prueba de paternidad.
Los micrófonos de todos y cada uno de los reporteros que había en la sala apuntaban de nuevo en dirección al escenario.
—Señor Longman, el mismo Maxton ha admitido que el chico que está a su lado es su hermano. ¿Hay algo que no sepamos?
—Señor Longman, algunas personas vieron al señor Luther en un complejo residencial la noche pasada, y todo parece indicar que acudió para reunirse con la madre del niño. Se dice que planeaba entregarle una buena suma de dinero a cambio de que ambos desapareciesen de Hallsbay, ¿es eso cierto?
—Señor Longman, ¿por qué ha negado el señor Luther hace unos instantes que el chico sea su hijo? ¿Acaso teme que el hijo ilegítimo trate de acaparar la herencia del heredero si le dan la bienvenida a la familia?
—Señor Longman, ¿acaso el señor Luther trata de cortar este extraño asunto de raíz a fin de que los hermanos no se enfrasquen en una lucha fratricida que les convierta en rivales en un furo?
Una lluvia de afiladas preguntas cayó como un aguacero sobre Quentin Longman, el responsable del Departamento de Relaciones Públicas, que no pudo evitar que sus sienes se bañasen de un sudor frío y pegajoso. La intuición le indicaba que tratar de darle una explicación honrosa a ese asunto sólo empeoraría las cosas, de modo que pensó que en ese momento el silencio era la mejor opción.
—Señor Longman, ya que usted es incapaz de ofrecernos una explicación coherente a lo que acabamos de presenciar, le rogamos encarecidamente que llame al señor Luther para que pueda aclarar este espinoso asunto en persona.
Sin embargo, antes de que Quentin pudiese replicar, la puerta giratoria se abrió y una figura alta y esbelta entró en la sala, flanqueada por sus fornidos guardaespaldas. «¡Ése es el señor Luther! ¡El señor Luther ha venido!» exclamaron algunos periodistas, y ese murmullo se extendió como la pólvora entre todos los presentes, de modo que todos se abalanzaron hacia la entrada para conseguir el mejor lugar.
Con el ceño fruncido y una expresión neutra en el rostro, Artemis Luther enfrentó las decenas de micrófonos que estaban tendidos ante él, esperando una palabra. Antes de que las preguntas comenzasen, decidió tomar la delantera.
—A los niños les encanta decir tonterías. Es evidente que he fallado en la educación de mi hijo, a la luz de la imprudencia que hay en sus palabras; ambos niños son amigos desde su más tierna infancia, de modo que es habitual que se refieran el uno al otro como «hermano». Sin embargo, eso no constituye ninguna prueba de que el otro chico sea mi hijo —dijo en voz tranquila, y tras un instante de silencio para que sus palabras surtiesen efecto, decidió continuar con la explicación—: Con el fin de disipar cualquier duda razonable que pudiese existir sobre este asunto, le pediré a un experto genetista que muestre los resultados de la prueba de paternidad a la que pienso someterme próximamente. Entonces, la verdad saldrá a la luz. Tengo una reunión urgente en unos momentos, así que debo finalizar la conferencia de prensa ya. Por favor, discúlpenme —añadió, tras lo que giró sobre sus talones y caminó en dirección a la puerta giratoria.
Los flashes de la cámara comenzaron a iluminar la estancia, al tiempo que los reporteros trataron de correr tras él; sin embargo, los guardaespaldas de Artemis les bloquearon el paso de inmediato.
—Señor Luther, ¿piensa usar su poder para modificar los resultados que arroje la prueba de paternidad?
—Señor Luther, ¿por qué hasta el momento se ha negado a reconocer que el chico es su hijo?
—Señor Luther…
Artemis salió de la sala de convenciones con una expresión gélida en el rostro, y caminó sin detenerse hasta el coche; junto a la puerta del conductor le esperaba su asistente, Dwayne Derning.
—Llévame al Condominio Shelbert ahora mismo —gruñó.
—Señor Luther, en estos momentos, usted está en boca de toda la ciudad y los reporteros vigilan cada uno de sus pasos. ¿Por qué no opta por quedarse quieto ahora mismo? —aconsejó el asistente.
Artemis se quedó congelado en el sitio durante un instante y fulminó a su subordinado con la mirada, lo que provocó que el otro hombre no se atreviese a mover un solo músculo.
—¿Has descubierto algo nuevo acerca de lo que antes te pedí que investigaras? —demandó Artemis en tono imperioso.
Dwayne dio dos pasos hacia atrás, al tiempo que asentía con la cabeza.
—Siete años atrás, la señorita Bailey dio a luz en un hospital privado que ya ha sido declarado en quiebra, de modo que es imposible obtener los registros. Sin embargo, por los retazos de información que pude extraer, su bebé nació muerto —comentó Dwayne, pero en ese momento recordó algo importante y levantó la voz—. Por cierto, me llamó la atención que la fecha de parto de la señora Bailey coincidiera al milímetro con la de la señora Rhonda; sin embargo, y puesto que la señora Rhonda estaba embarazada del hijo de un Luther, no fue expulsada de la familia Jefferson sino que incluso dio a luz en la residencia familiar, muy al contrario de lo que ocurrió con la señora Bailey.
A la luz de aquella inesperada coincidencia, Artemis entrecerró los ojos con gesto pensativo. Así que ambas hermanas habían dado a luz al mismo tiempo… La diferencia era que una había tenido un bebé muerto y la otra, a Maxton. Pero ese niño que estaba siempre con Bailey, y que a todas luces tenía la misma edad que Maxton, era la evidencia viva de que el bebé de Bailey no murió el día de su nacimiento. No pudo evitar preguntarse por qué aquel dato se había ocultado con tanto cuidado.
—¿Has descubierto la identidad del hombre al que ella le vendió su cuerpo hace ocho años? —preguntó Artemis de pronto.