Como con todo, no se puede hacer una tortilla sin romper los huevos. Es una verdad inmutable. Se había ganado el amor de Artemis, pero estaba destinada a defraudar a Edmund y su profundo e inquebrantable afecto. Ninguno de los dos era un santo, no podían ser perfectos. El hombre que tenía ante ella le despertaba sentimientos de dolor y lástima, pero ella era incapaz de ayudarle.
—No te agobies demasiado, quererte es mi elección. Corresponderme, o no, es decisión tuya. Nadie sabe lo que nos depara el futuro. Quizá algún día recupere la cordura y decida casarme y tener hijos —comentó él con una sonrisa triste.
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