Karina tiró de las comisuras de su boca rígida, consiguiendo forzar una sonrisa. Se incorporó y las sábanas se deslizaron, revelando su piel cubierta de chupetones. Silvestre la miró fijamente, sus pupilas negras como el carbón se contrajeron aún más. Era un hombre adulto. Aunque había llevado un estilo de vida disciplinado todos estos años, comprendió naturalmente lo que ocurría al verla en ese estado.
—Tú... ¿Realmente hicimos algo que no debíamos?
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