Una dulce voz infantil resonó de pronto, lo que la hizo saltar de asombro. Bailey miró a su alrededor y casi le da migraña cuando vio a Maxton sentado en cuclillas ante la puerta de entrada. «Maldita sea. ¿Por qué ese dúo de padre e hijo está hasta en la sopa? ¡Parece que se turnan para aparecer ante mí!» se lamentó Bailey en silencio.
—Mami… —susurró el niño.
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