Al fin, Artemis liberó a Bailey tras unos instantes de inmovilidad, y ella saltó del sofá tan pronto como recuperó su libertad de movimientos. El rostro del hombre se oscureció al darse cuenta que ella le evitaba como si se tratase de una plaga. La cruda realidad era que ella no se estaba haciendo la difícil para llamar su atención, sino que le odiaba de corazón, y quería mantenerse tan lejos como le fuese posible de él.
¡Toc, toc, toc! Alguien llamaba a la puerta del despacho.
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