En la Residencia Luther, Bailey se sentía mucho más enérgica y su cutis había vuelto a la normalidad tras un buen sueño, sin embargo, seguía hirviendo por dentro. Cada vez que pensaba en la retirada definitiva de su licencia de conducir, se sentía abatida.
Para alguien que amaba la emoción de las carreras de autos, estar toda la vida sin tocar un auto era en realidad un destino peor que la muerte.
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