Eunice quería forcejear y escapar, pero tenía las manos y las piernas fuertemente atadas. Por mucha fuerza que empleara, seguía sin poder liberarse.
—¿Por qué tienes que ser tú el sacrificado? —se burló Catalina. —Porque fuiste tú quien plantó esta fragancia parasitaria. Ahora debes cargar con las consecuencias de tus actos. Mi hija es aún muy joven, pero lleva años sufriendo el tormento del gusano parásito. Si no te hago responsable, ¿cómo podría justificar el dolor que Luna ha soportado?
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