Los labios de Bailey se curvaron en una insidiosa sonrisa mientras observaba cómo se alejaba la silueta de la otra mujer. Sería un error decir que Yvette era tonta; después de todo, era ambiciosa y sabía analizar la situación. Sin embargo, tampoco sería correcto decir que era inteligente. No hacía falta mucho para enfadarla y hacer que tomara la decisión equivocada.
Yvette no tardaría en darse cuenta de lo ingenua que era. Su fracaso no se debió a su incapacidad, sino a que se confió hasta el punto de dejarse llevar. Cualquier persona inteligente aprovecharía la situación y se desharía de la otra parte. Sin embargo, Yvette aceptó la sugerencia de Bailey para satisfacer su ego y vengarse en su lugar. «Es hora de que muera, y será una muerte cruel» pensó con placer mientras se alejaba.
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